Ayer se cumplió el primer mes desde el salvaje atentado terrorista de Hamas en suelo israelí, y el posterior inicio de la guerra total en la franja entre el ejército hebreo y la milicia islamista. Desde entonces lo único seguro es que el balance global de muertos no deja de crecer, así como la destrucción en la franja y el enrarecimiento hasta niveles tóxicos de las relaciones internacionales con motivo de las crueles imágenes que, día tras día, llegan desde aquella zona. Nada es seguro sobre los más de doscientos ciudadanos secuestrados por Hamas y que permanecen en la franja, sin que se sepa su estado real a día de hoy, y la inquietud en Israel aumenta cada día.
La franja resulta irreconocible para quien al conociera tras un mes de ofensiva. Más allá de las zonas arrasadas por los bombardeos israelíes, se ha dado una transferencia de población de la zona norte a la sur, siendo las localidades más cercanas al paso fronterizo egipcio de Rafá donde se apiña la gran mayoría de la población civil, tras los llamamientos efectuados por las tropas israelíes y el pánico generado por sus bombardeos. La ofensiva terrestre penetró primero de manera tentativa, y luego ya con intensidad, y carros de combate y bulldozers pesados han logrado abrir una brecha en el costado norte que llega desde la frontera hasta la costa mediterránea, por lo que aproximadamente una quinta parte de la franja se ha desgajado. Es lo necesario para cercar Gaza ciudad, la que antes de la ofensiva era la urbe más poblada de todo el territorio, con cerca de medio millón de habitantes. Ahora esa ciudad, donde se supone que están los principales cuarteles de Hamas, es el objetivo de la batalla terrestre, en la que los equipos y blindados israelíes comienzan a entrar. Casa por casa, bloque por bloque, la idea es conquistar la ciudad, y no sólo lo que de ella se ve, sino sobre todo lo que bajo ella se oculta, tratando de arrasar la red de túneles que Hamas ha construido a lo largo de los años y le sirve de abastecimiento y refugio. Es probable que en algunos de esos túneles estén varios de los secuestrados, junto con provisiones de armamento y milicianos en abundancia, por lo que conseguir salvar a los rehenes y acabar con Hamas se antoja un doble objetivo incompatible. Aunque hay elementos de bombardeo destinados a penetrar en el suelo y pueden ser capaces de destruir búnqueres situados a gran profundidad es evidente que los daños que causan en el entorno de su impacto son devastadores, y eso hace que el balance de bajas civiles sea tremendo. Así mismo, una cosa es destruir un búnker, un silo, un lugar protegido, y otra muy distinta es hacerse con el control de galerías que recorren muchos kilómetros, que no pueden ser destruidas a bombazos desde arriba salvo que se decida que Gaza ciudad pase a la historia. Tomar esas infraestructuras exige una presencia militar de soldados en el terreno muy elevada, y las bajas israelíes que pueden producirse una batalla como esta se antojan numerosas. Si a esto le añadimos que los milicianos de Hamas juegan sobre terreno conocido y que, como buenos islamistas, no tienen miedo a morir porque el paraíso les espera, el escenario está dispuesto para generar un enfrentamiento cruel y mortífero. La superioridad militar israelí, en equipos y efectivos, y el no reabastecimiento de los yihadistas, garantiza que la ciudad será tomada finalmente por las IDF, pero el coste que ello suponga puede ser alto o altísimo, y eso condicionará notablemente la percepción que la sociedad israelí tenga de lo que se ha ganado y perdido en la batalla. ¿Cuántos soldados está dispuesta a sacrificar para lograr la victoria total? ¿Cuántas bajas propias? En Israel, por ahora, las bajas civiles en el bando palestino no se cuentan ni suponen coste, pero creciendo como lo hace, pudiéndose contar ya por miles, ¿Cuántas son digeribles por aquella sociedad, o por el mundo en su conjunto? Es un poco obsceno hacerse estas preguntas, pero creo que es necesario, sobre todo para no engañarse ante lo que estamos, la muerte provocada de manera industrializada a causa de una guerra moderna.
No sólo Gaza está irreconocible. Cisjordania, la otra pata de los territorios palestinos, vive desde el ataque del 7 de octubre en un estado de tensión muy elevado, con constantes ataques de colonos judíos extremistas a palestinos que residen en la zona o se desplazan desde ella a territorio israelí para trabajar. La tensión allí es creciente, las tomas de justicia por la mano por parte de algunos sectores de la población israelí van a más y la ira palestina en un territorio normalmente ajeno a Hamas crece sin cesar. Todo ha empeorado en todas partes desde hace un mes. Si ese era el objetivo de los ataques yihadistas, prueba conseguida. El balance de daños de todo tipo es inmenso y descorazonador.
Mañana es fiesta en Madrid ciudad, la Almudena. Nos leemos el jueves 9
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