Ayer fue un día denso en el trabajo, largo, de esos que te dejan cansados. Los hay de vez en cuando, aunque últimamente abundan. Tantas cosas por hacer me sirvieron de excusa para no seguir el debate de investidura. Cuando llegué a casa y salí de la ducha puse la tele y estaba Miriam Nogueras, la portavoz de Junts, soltando amenazas a su nuevo socio de gobierno, el futuro presidente Sánchez, y apenas verlo un minuto fue suficiente para considerar que la dosis de bilis se acercaba a lo desaconsejado. Cambié de canal y ya no presencié nada de la sesión, a la que no le quedaba demasiado para finalizar.
Es probable que no haya sorpresas a lo largo del día y que la sesión de hoy concluya con una votación en la que, por mayoría absoluta, Sánchez resulte investido, aunque no es descartable que los sediciosos de Junts planteen un órdago y fuercen una segunda votación dentro de 48 para dejar bien claro quién es el que manda aquí y quién es el que obedece. Supongo que el tono que nos espera para el resto de legislatura será ese, el de la amenaza de los secesionistas, el intento de engaño de un presidente indigno y el bochorno absoluto de gran parte del país ante la estulticia dirigente y la necedad de los cuatro gilipollas que hacen ruido frente a la sede de Ferraz. El juego de apuestas al que se ha subido Sánchez es demasiado intenso para llegar lejos, aunque vaya usted a saber lo que es capaz el trilero mayor de sostener su gobierno una vez que logre componerlo. Los odios mutuos de todos los socios que sostienen esa mayoría parlamentaria son tales que las puñaladas entre ellos serán constantes. Bildu vs PNV, Podemos vs Sumar, Junts vs Esquerra… todos se odian sin cesar, compiten por semejantes espacios de radicalidad ideológica desde posturas que, aparentemente, son diferentes, pero sólo exhalan totalitarismo rancio, y frente a ellos, o mejor, aupado gracias a ellos, un personaje carente de moral, palabra y criterio, que se cree capaz de dominarlos, a base de entregar cosas que no son suyas, dilapidar recursos de todos y endeudar más al país a cambio de comprar una presunta paz social que se sostiene en montañas incesantes de déficit. Sánchez es un jugador al que le gusta el riesgo extremo, que adora al poder tanto como a sí mismo y que desprecia absolutamente a todos los que no estén dispuestos a hacerle la coba necesaria que requiere su presencia y porte. La gran mayoría de la sociedad española está en contra del indigno acuerdo firmado en Bruselas entre el PSOE y Junts, una mayoría que, en parte, está representada por el PP, pero que es mucho más amplia, entre la que se encuentran millones de personas que se sienten de izquierdas y que no ven nada progresista pactar un acuerdo injusto con una derecha cavernaria independentista. Esa mayoría social es totalmente opuesta a la banda de subnormales que se manifiesta por las noches en Ferraz, alentada entre otros por ese fracaso intelectual y político que es Abascal y su núcleo duro falangista. Esa mayoría no quema cosas, no insulta, no exhibe banderas con escudos recortados, muestras claras del vacío mental que llena las cabezas de quienes las ondean. A esa mayoría social, que vota muy distinto en las elecciones, Sánchez la desprecia con todas sus fuerzas, porque para ellos él es un personaje mediocre, un manipulados, un vulgar mentiroso que hará lo que sea por mantenerse en el poder, y él, que es vil pero no tonto, conoce hasta qué punto crece el número de personas a las que no es capaz de engañar. Poco le importa de mientras pueda mantenerse en el poder y, gracias al erario público, comprar el suficiente número de voluntades y propagandistas para que le canten alabanzas. Cada día que en la Moncloa permanezca, los adoradores cobrarán, y no lo harán quienes no le loen, y hace mucho frío fuera del abrigo del seguro sueldo público.
¿Es política esto que observamos en nuestro país? Sí y no. Lo es en el sentido de que asistimos a luchas y peleas por alcanzar el poder y mantenerse en él, que es la esencia de la política. Se confunden aquellos que el objetivo del político es lograr el bien para su sociedad, aciertan cuando a ese concepto de sociedad le añaden el acrónimo “SA”. Y como relató Shakespeare, no hay política sin traiciones, asesinatos, muerte, destrucción y vileza a raudales. Pero la necedad de los personajes que nos rodean, su bajeza moral unida a una indigencia intelectual absoluta, su incapacidad siquiera de leer el par de consignas de propaganda que les hacen recitar como loros, muestra hasta qué punto la degradación es extensa y profunda. Esta basura será política, supongo. Pobres los que deben seguir su evolución a diario.
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