Ayer tuvo lugar una nueva manifestación frente a la sede socialista de Ferraz. En este caso sí estaba comunicada a la delegación del gobierno, no como las de días pasados, y Vox era uno de los convocantes oficiales de la misma. Por ahí andaban Abascal y otros de los dirigentes de esa formación. La cosa acabó en tangana, con lanzamiento de bengalas contra la policía, que protegía los accesos a la sede, un par de cargas y algunas detenciones de exaltados. También se vieron actos de intimidación a periodistas que cubrían lo que allí pasaba por parte de algunos de los manifestantes, varios a cada descubierta, otros ocultos. Un espectáculo, en fin, patético.
Manifestarse delante de la sede de un partido o un juzgado es un acto que busca amedrentar la libertad de expresión, lo haga quien lo haga, y se haga por la causa que se haga. Es sencillo. Está mal. Vox, como buen grupúsculo agitador carente de idea alguna, actúa como un movimiento carente de escrúpulos morales a la hora de atacar a sus adversarios y, en este, resulta ser el perfecto heredero de las tácticas podemitas que Iglesias y los suyos desarrollaron cuando llegaron al estrellato político. Si recuerdan, los escraches, esa sucia forma de acoso personal al político siguiendo hasta su residencia privada y amenazándole allí, fueron puestos de moda por la formación podemita, a la vez que convocatorias con lemas tan infames como “rodea el Congreso”. Los que en aquel momento nos manifestamos en contra de actitudes semejantes fuimos tachados de fascistas (curioso lo de Podemos, ve fascistas imaginarios por todas partes menos cuando son de verdad, como los putinistas o los puigdemoníamos) y de no admitir que acosar a un político era “jarabe democrático”. Esas tácticas eran vulgar matonismo propio de personajes apolíticos. En el País Vasco conocíamos perfectamente la graduación de todas las posibles formas de acoso que se pueden ejercitar, por parte de una mafia organizada, contra un dirigente o partido político, que iban desde las pintadas hasta el vil asesinato, pasando por todo tipo de comportamientos dignos de una película de Scorsese. Ver que Podemos empezaba a hacer cosas así era nefasto, y ahí estuvimos algunos, pocos, protestando. Podemos se ha ido consumiendo fruto de su propia indigencia intelectual y necedad desde las posiciones de gobierno que ha mancillado ocupándolas, y ahora parece que es Vox, su reflejo en el otro extremo ideológico el que, al calor de las infames cesiones que Sánchez hace a los sediciosos para alcanzar la presidencia, empieza a usar tácticas similares. Pues nada, se tira del manual de demócrata que cada vez está más devaluado en nuestro país y se condena sin paliativos el acoso que ayer los voxeros, sus patéticos dirigentes y los engañados que pudieron reunir realizaron en la calle Ferraz ante la sede del PSOE. Se muestra, como cuando eran los podemitas los atacantes, la total solidaridad con las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que ayer tuvieron que actuar para controlar a los exaltados, unos funcionarios que trabajan para garantizar la seguridad de todos, y se recalca que, por muy repugnante que sea lo que el PSOE está tejiendo para lograr la investidura de Sánchez, que lo es, nada justifica la violencia, el acoso, la intimidación, el amedrentamiento. De hecho resulta absurdo manifestarse en contra de la injusta amnistía que quiere aprobar Sánchez adoptando unas tácticas que son de lo más similares a las puigdemniacas que se acabaron convirtiendo en delito. Actuar como lo haría Puigdemont es una manera de darle la razón en sus formas, y Puigdemont es el ejemplo perfecto del comportamiento no democrático, del supremacismo, catalanista en este caso, desarrollado contra una parte de la población catalana que, el fugado, considera inferior. En esto, las pulsiones identitarias de Vox no son muy distintas que las de los sediciosos catalanes.
Parafraseando el prólogo de Ana Karenina, de León Tolstoi, todos los movimientos populistas se parecen unos a otros, pero cada familia democrática lo es a su manera. Trump, Bolsonaro, Orban, Putin, Abascal, Puigdemont, Iglesias, Otegui… cada uno de ellos tira de un presunto recetario ideológico que se califica por algunos de izquierda o derecha, pero en el fondo son lo mismo, personajes totalitarios, nacionalistas, que aspiran a llegar al poder como sea, bien si es por las urnas, pero sin hacer ascos a la violencia si resulta necesario, y desde allí mandar de manera absoluta, sin cortapisas, en nombre de un pueblo al que dicen defender, pero que utilizan para su único beneficio, causando siempre dolor, aflicción y daños. Que estos sujetos basura tengan seguidores es uno de los grandes males de nuestro tiempo.
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