Es un hecho constatado que el liderazgo político en los países occidentales se encuentra en constante y profundo declive. Una de las causas apuntadas es que el cada vez mayor éxito de la empresa y de sus ingresos asociados hace que los más brillantes acudan a ella y, por descarte, lo peor acabe formando parte de la carrera política, en la que el compadreo es mucho más importante que la capacidad. En España, desde el, me temo, presidente reelegido hacia abajo, uno puede comprobar que no son muchos los políticos que son capaces de leer algo y entenderlo, y sólo sobreviven por su instinto depredador y el miedo que les produce perder poder, cargo y prebendas.
David Cameron es uno de los peores primeros ministros que han pasado por el cargo en el Reino Unido a lo largo de la historia presente. Quizás sólo Liz Truss la breve y Borish Johnson el loco se puedan equiparar a su nivel de estulticia. Miembro de la clase alta británica, pasó por todos los colegios y universidades a los que obliga el pedigrí en aquel país para poder elaborar los contactos que te harán rico y te protegerán el resto de tus días. Es conocida su presencia en varias hermandades en su etapa docente, más interesadas en el alcohol y las novatadas que en el conocimiento. En su trayectoria al frente del partido conservador y el gobierno demostró un extraño empeño en destruir el Reino Unido, cosa que los enemigos de la Gran Bretaña seguro agradecerán con generosidad. Convocó un referéndum suicida sobre la posible segregación de Escocia de la nación, referéndum que allí es posible porque no hay constitución que lo prohíba y Escocia fue independiente antes de firmar una adhesión a una entidad llamada Reino Unido. Estuvo a punto de perderlo y, si lo salvó, fue por la activa participación del ex primer ministro Gordon Brown, laborista, escoces, economista brillante y personaje gris, que se movilizó como nunca para salvar a su nación. Después de semejante ejercicio de irresponsabilidad, Cameron debió pensar que si había fallado a la primera podía acertar a la segunda. Tras unos consejos de la UE en los que se mostró chantajista hasta un punto desconocido, y con la presión constante del nacionalista UKIP, encabezado por el psicótico Nigell Farage y adulado, entre otros, por un personaje de melena rubia descontrolada que empezaba a ser conocido por la opinión pública, Cameron organizó un segundo referéndum, en este caso para determinar si UK seguía o no en la UE. Optó por hacer campaña por la permanencia, pero con la indolencia propia de un señorito british que lo hace todo con desgana, salvo beber y perseguir chicas en las campiñas de Eton. El referéndum salió como todos sabemos, Cameron dimitió, se generó una enorme crisis en la UE y otra, mucho peor, en un Reino Unido fracturado, traumatizado, sometido al control por parte del ala más radical de un conservadurismo que lo es de nombre, pero que tiene una pulsión caótica en su interior digna de estudio psiquiátrico. Nadie echó de menos a Cameron tras su despedida, y un reguero de primeros ministros se han ido sucediendo al frente de Downing Street, todos ellos conservadores, ejecutando cada vez peor unas presuntas políticas en las que la improvisación, la total falta de rumbo y la inutilidad han estado por encima de todo. La pulsión entre el ala más dura de los conservadores, obsesionada por la inmigración y el control de fronteras, y las más posibilista, ha ido oscilando entre ocupante y ocupante del cargo, hasta llegar al presente, donde Rishi Sunak, de origen hindú y de alma conservadora partida es muy nacionalista en los días pares y aperturista en los impares, demostrando carecer de brújula. Frente a sus predecesores, ha aportado algo de sosiego institucional, cosa que era sencilla, pero no logra remontar en las encuestas, dirige una economía que apenas crece y está llena de graves problemas, y en lo social no cuenta con respaldo para sus decisiones. Es probable que en las próximas elecciones generales, si no cambia nada, los laboristas arrasen.
Ayer Shunak remodeló su gobierno, cesando a la polémica ministra de interior, que había hecho varias declaraciones muy agresivas al calor de la crisis de la guerra de Gaza, y sorprendió a todos repescando al incompetente de Cameron para el cargo de ministro de asuntos exteriores, un puestazo. La sensación que le queda a uno es de desolación, porque tras su catastrófica gestión pasada resulta que Cameron sigue recogiendo frutos, y sueldos públicos. Seguro que hay cientos y cientos de diplomáticos británicos infinitamente más competentes que él para ocupar ese puesto, pero no. Allí también los necios ascienden al poder y saben mantenerse. Así nos va.
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