Parafraseando el principio de Anna Karenina, todas las tramas corruptas son similares, pero cada una posee características propias que le identifican. En la de Bárcenas y Correa, la que llevó la pérdida del poder al PP de Rajoy, los protagonistas eran golfos de aspecto señorial, alguno, como el propio Bárcenas, de porte propio de película elegantes de gángster, con su abrigo y su pelo repeinado. Eran unos mangantes con aspecto de señoritos. En esta de ahora, la de Koldo, Ábalos, puede que Air Europa y veremos qué más, los protagonistas son sujetos patibularios, macarras chulos con aire resacoso, pinta de segurata cutre y con la sensación de que, frente a la marisquería que les pega a los otros, estos viven en el reservado de un puticlub de carretera.
En el fondo, son lo mismo, se vistan de diseño o sean marrulleros de la noche. Son personas a los que los escrúpulos morales no les frenan, a los que unos papelitos de colores con unos euros impresos nublan la vista y les llevan a hacer lo que sea a cambio de obtenerlos. Siempre es igual. El corrupto ofrece al corrompible lo que le tienta, normalmente dinero, y en no pocas ocasiones drogas y sexo, y la inmensa mayoría de la gente cae casi sin darse cuenta. Es necesario que las organizaciones posean sistemas para prevenir la corrupción en ellas, perseguirla y castigarla, pero todo eso no sirve de mucho cuando esos controles los ejercitan personas que, como todos, tienen, tenemos un precio. ¿Se ha preguntado usted alguna vez cuál es su precio? Sí, el suyo. Puede que por su trabajo, responsabilidad o contactos no sea alguien importante, en el sentido de acceder a parcelas de dinero o poder, y por ello la tentación de la corruptela será ocasional en su mundo, pero si usted empieza a detentar puestos de responsabilidad en una empresa, o en la administración, se encontrará a menudo con situaciones en las que la ley y la ética empiezan a discurrir por caminos estrechos y tortuosos frente a la amplia avenida que puede suponer el atajo corrupto. Puede que incluso esté en una posición decisoria, bien porque tiene voz y voto a la hora de otorgar un contrato, o decidir una adjudicación pública, o cosas por el estilo. Entonces la tentación le rondará y, quizás, un día llame a su puerta. En ese momento es cuando va a tener que decidir, usted, quizás solo, qué hacer. Mirará su cuenta corriente, lo que gana, el coste de la hipoteca, las facturas, lo que cuesta la universidad de los hijos, todas esas cosas que hay que pagar, lo comparará con los ingresos y, al lado, pondrá la mordida que el corruptor le ofrece a cambio de saltarse procedimientos, normas, leyes y demás estructuras diseñadas para ofrecer un marco justo y ecuánime a todos. Quizás usted sea de los que en público proclama la maldad de los corruptos, el asqueo profundo que le produce semejantes hechos y se rasga las vestiduras en nombre de la decencia y la honradez. Todos lo hacemos, es gratis, queda bien. Pero ahora no estamos en una tertulia con amigos durante un café, sino en un escenario distinto en el que debe escoger, solo, qué hacer. Ese atajo en forma de mordida le libra de miles de euros de intereses de la hipoteca, le permite hacerse el implante de pelo con el que lleva tiempo soñando pero no se atreve a dar el paso, le abre la puerta a cambiar de piso y comprarse el adosado que alguno de los capullos con los que toma café ya poseen y usted no, puede sufragar una estancia de un año en una universidad norteamericana para su hija, lo que le va a proporcionar unos contactos de valía infinita que le van a solucionar gran parte de la vida, puede pegarse una orgia desatada con todas las chicas, chicos, drogas y desmadres con los que usted ha soñado y no ha sido capaz de hacer, le permite comprar un terreno en las afueras de su pueblo, que tanto añora, para hacer allí la casa de sus sueños que su padre deseaba pero, pobre como era, no pudo tener….. no se, lo que quiera, ponga en una balanza sus anhelos, deseos, necesidades, y en la otra el cumplimiento de la ley. Y en medio de los platillos, la mordida que le ofrecen. Y decida.
Los clásicos y Shakespeare son los que mejor han relatado cómo la hibris humana se desata y es alimentada por aquellos que desean obtener algo a cambio, llevando a los personajes al desastre. En sus textos están esos miedos, temores, deseos, tentaciones y consecuencias tras caer en ellas. En el evangelio Jesús resiste las tentaciones del diablo en el desierto, como muestra de que es humano, pero, también, Dios. Nosotros sólo somos personas con virtudes, defectos y deseos. No hay ideología que inmunice ante la corrupción, no hay partido político que pueda presumir de honradez, no hay formación social que esté libre de contener a corruptos en su seno. Hay personas nobles que no caerán en la tentación, muy pocas, y luego el resto. Todo lo demás son sumarios, relatos infames e infinitas versiones de la misma historia.