Este fin de semana se ha producido la primera respuesta de EEUU al taque que sufrieron sus tropas en la base que está en la frontera entre Jordania y Siria, y que causó la muerte de tres de sus soldados. Llena como está toda la zona de milicias pro iraníes, era evidente quién era el inspirador y proveedor que está detrás de los ataques. La respuesta ha consistido en el bombardeo de posiciones de las milicias en Siria e Irak, causando un total de cuarenta fallecidos, según fuentes de ambas naciones, y daños a los campamentos y bases logísticas que los milicianos utilizan para entrenar y abastecerse de munición. Parece que los ataque seguirán.
Fíjense que EEUU no ha tocado una brizna de arena dentro del territorio de irán, y no es por casualidad. Una de las cosas que, por encima de todo, busca la administración Biden, es no entrar en una guerra declarada entre ambas naciones, lo que llevaría la tensión en la zona, ya dispara, a su apogeo, y al mundo a un conflicto de consecuencias imprevistas. Así mismo, la Casa Blanca está obligada a responder ante la muerte de soldados suyos, y es evidente que la respuesta debe ser modulada, dejando claro a los oponentes que quien se mete con EEUU lo pagará, pero sin que los Ayatolas tengan excusas para no inflamar más la situación. La respuesta retórica de Teherán ha sido la habitual, con su manido repertorio de soflamas contra el gran satán norteamericano, pero nada fuera de lo previsto. Desde ambos lados del ring los dos contendientes se miran, se amenazan, se lanzan puñetazos al aire y se desean mal, pero ninguno quiere subir al cuadrilátero para empezar una pelea. Este deseo mutuo de contención es la principal garantía de que la situación en la zona no va a degenerar en una guerra peligrosa. ¿Es suficiente? Por ahora sí, pero es cierto que la presión va en aumento y la solidez de esta garantía disminuye. La guerra de Gaza es el combustible perfecto para inflamar los deseos islamistas, a la vista de la crueldad con la que está actuando el ejército israelí sobre la población civil. La cantidad de tropas que EEUU dispone en oriente medio es escasa y es creciente el apoyo, entre la población local, a su hostigamiento ante lo que ven día a día en la guerra de Israel y Hamas. Los incidentes entre los grupos proiraníes y las tropas norteamericanas, y los intereses occidentales en su conjunto, van a más, y no es descartable que se produzca un accidente que empeore las cosas. La muerte de esos tres soldados es el resultado esperado de una continuada oleada de ataques a bases americanas, repelidos en su mayoría, pero con la insistencia en los mismos aumenta la probabilidad de que alguno de ellos logre alcanzar su objetivo y provoque las muertes que se buscan. Si Hamas trataba, con su salvaje atentado del 7 de octubre, de provocar a Israel para enfangarle en Gaza y hundirle ante la opinión pública internacional, a costa de la vida de los palestinos, tampoco es descartable que esas milicias busquen, con sus acciones, que EEUU, deseoso de abandonar esa zona desde hace años, se vea obligado a implicarse en un conflicto del que no va a sacar mucho rédito y sí posibles víctimas. En año electoral a Biden lo último que le interesa, con una popularidad por los suelos, es que se produzcan acciones que le hagan recibir féretros con la bandera de barras y estrellas, dejando su imagen aún más por los suelos de lo que ya está. La debilidad que muestra EEUU con su profunda división interna es algo que terceros actores están deseosos de tentar, para ver hasta dónde pueden llegar, y en este sentido las milicias proiraníes pueden ser muy insistentes. Está por ver que los efectos de la respuesta norteamericana tengan efectos disuasorios, ante unos grupúsculos que subsisten en una región de aridez extrema y que están fanatizados como pocos. A corto plazo las cosas se desarrollan como era de esperar.
A medio plazo, mientras la guerra de Gaza siga, la posición de EEUU en la zona se debilita. Blinken vuelve a estar de gira por allí, tratando de apaciguar los ánimos, y requiriendo paciencia hasta el extremo mientras busca desesperado una tregua en Gaza, a la que el primer ministro israelí se opone. Como un genio fuera de la botella, la estrategia del ala dura israelí ya está fuera del control directo de Washington, y sólo la presión de los familiares de los rehenes puede lograr que los combates paren para permitir la liberación de los secuestrados. El avispero regional sigue complicándose y las opciones para EEUU se reducen. A Irán, de momento, el marasmo le viene bien.
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