Organizó ayer Emmanuel Macron en el Elíseo una reunión de jefes de gobierno de la UE cuyo principal objetivo era dar apoyo moral a Ucrania, reiterar que la UE estará siempre con Kiev y que contará con pleno apoyo en su lucha contra el invasor ruso. A veces el exceso de muestras de apoyo, que son gratis, esconde la falta de compromiso, que es lo que realmente cuesta. La UE mantiene en marcha programas de apoyo financiero que permiten que el gobierno de Kiev siga en pie, pueda pagar a funcionarios y soldados y que, en definitiva, el estado no se derrumbe fruto de la inmensa crisis provocada por la guerra. Bien, correcto, pero no es suficiente.
El dinero es el nervio de la guerra, decía una máxima de la época romana, pero será el músculo el que determine quien la puede ganar, y en este sentido la situación empieza a ser grave. La UE lleva prometiendo desde hace más de un año, desde el momento en el que se vio que Ucrania aguantaba el embate y prolongaba la guerra, un proceso de rearme en lo tecnológico e industrial que le permita tanto abastecer al país hermano agredido como ser autosuficiente para garantizar su propia seguridad. Dos años después de que el asesino que gobierna en el kremlin lanzase su guerra, nada se sabe de qué ha invertido la UE en sus fábricas de armamento y en su equipamiento de defensa, quizás porque no haya hecho apenas nada. Los stocks de armamento que se acumulaban en las naciones de la UE se han vaciado casi en su totalidad dado el incesante consumo de proyectiles que demanda el frente, y las fábricas europeas no están trabajando a todo trapo produciendo los millones, sí, millones, de piezas de artillería necesarias para mantener la ofensiva rusa. No es tanto el tiempo de palabras, que ya fue superado hace meses, como el de las fábricas, el tiempo en el que las cadenas de producción se expresen en forma de suministros militares. Sólo EEUU, en el lado occidental, posee una capacidad industrial militar capaz de abastecer las necesidades de Kiev, y también con sus ciertas limitaciones. Las teorías militares de los últimos tiempos abogaban por guerras quirúrgicas, cortas, de intensivo empleo del medio aéreo y presencia de las tropas de tierra como fase final de control de un territorio sometido. Esa fue la experiencia en la conquista de Kuwait o Irak, o incluso en la intervención norteamericana en Kosovo. En todos esos casos la artillería ocupó un papel muy secundario y la industria de defensa se especializó en misiles y armamento inteligente, preciso, caro y de cortas series de producción. La guerra en Ucrania no tiene que ver mucho con todo esto. La aviación es un elemento residual, en una de las grandes sorpresas del conflicto, el uso de misiles por parte de Rusia es elevado, pero pocos de ellos son de última tecnología (en Rusia eso no abunda) y es la guerra artillera clásica la que domina unos combates en los que el frente es gigantesco y el empleo de munición y soldadesca brutal. Incluso a EEUU le cuesta ponerse al día en la producción de obuses y proyectiles de 125mm, el estándar de la OTAN, que son necesarios en cantidad de varios miles cada día. Rusia ha reorientado su economía a la guerra, con recursos cada vez mayores empleados en fábricas de armamento y suministro bélico. Para paliar sus propias estrecheces, ha firmado acuerdos con Irán y Corea del Norte, naciones donde el ejército, especialmente en el segundo caso, domina por completo la estructura económica del país, y la puede poner a trabajar a toda máquina para abastecer sus requerimientos. Millones de piezas de artillería están a disposición del Kremlin, y Ucrania recibe buenas palabras día tras día por parte de sus socios, pero no el suministro necesario para contrarrestar el empuje de las baterías de obuses rusos, que castigan sin cesar el frente y hacen retroceder a las unidades de Kiev, que empiezan a racionar los disparos con los que pueden responder.
Esto es muy sencillo. Si no abastecemos a Ucrania del material necesario para sostener el esfuerzo bélico, perderá la guerra. Ellos ponen lo más valioso, las vidas de sus soldados, pero de nosotros, de occidente, depende que puedan para al asesino ruso, que por cada localidad que conquista en el este se acerca, metro a metro, a nuestras naciones. Con el Congreso de EEUU en manos de una facción claramente aislacionista, que no quiere apoyar a Ucrania, depende cada vez más de los europeos que seamos capaces de pasar de las palabras a los hechos. Es estúpido perder el tiempo con presuntos procesos de adhesión a la UE de una nación que se desangra. Urge fabricar armas con toda la capacidad que sea posible para salvar a esa nación y, también, a nosotros.
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