Trump, durante su presidencia, su proceso de salida y su estancia fuera del poder, ha sido un traidor a todo lo que representa el espíritu de la ley norteamericana y el sistema de poder creado por los padres fundadores de aquella nación, temerosos de un absolutismo real como el que sufrieron en Europa. Se ha dedicado a vilipendiar a jueces, a amenazar, a abusar constantemente de su posición cuando ocupaba el cargo, a alentar una insurrección contra el legislativo durante el siempre delicado traspaso del poder en cualquier nación y, tras abandonar la presidencia, no ha dejado de amedrentar con formas mafiosas a todo aquel que se le ha puesto por delante.
Por ello no tiene nada de extraño que, si traiciona a los suyos, esté dispuesto a traicionar a los países aliados de EEUU, es decir, a nosotros. Para un sujeto como Trump el resto del mundo son espacios donde hacer negocios inmobiliarios y tirarse chicas guapas, apenas algo más que eso, y el mundo es amplio y la juventud abunda, por lo que le da igual el nombre del territorio en el que asiente hoteles y coyundas. La excusa, que tiene un ligero fondo de razón, de que muchos de los socios de la OTAN no gastamos lo debido en capacidades militares y que eso nos convierte automáticamente en gorrones es una manera de expresar el profundo desprecio que Trump tiene por las democracias liberales, por las naciones en las que impera la ley y los derechos, y lo que ama a aquellos regímenes que, sometidos al dictado del líder, realizan los gastos que el que manda determina, sin discusión alguna. Ya durante su mandato (he estado a punto de escribir primer mandato, y puede que así sea) quedó clara la precariedad de la OTAN, una alianza defensiva en la que, por razones históricas, económicas y militares, el peso fundamental lo lleva EEUU y el resto de naciones somos poco más que una comparsa, ejerciendo un presunto papel de contrapartes equivalentes, pero siendo, en la práctica, los protegidos de la superpotencia norteamericana. El pacto tácito de seguridad que se estableció tras la Segunda Guerra Mundial es que las naciones europeas occidentales, causantes del desastre y arrasadas, perdían la inmensa parte de su fuerza militar y se cobijaban al abrigo de EEUU. A su vez, estas naciones dejaban campo libre a EEUU para que instalase bases militares en su territorio y tuviera plena autonomía estratégica. Absorbidas por el ingente esfuerzo de recuperación, los países europeos subcontrataban su seguridad a una nación externa, la norteamericana, se ahorraban el dinero que supone la inversión en defensa y se comprometían a ser fieles a los dictados y estrategias que emanasen de Washington. En el este europeo la cosa fue similar en el fondo con la URSS, sólo que en ese caso no por un acuerdo sino por la ocupación militar y por la implantación de una férrea dictadura soviética. La caída de la URSS dejó a la OTAN, el paraguas legal que soporta esta estrategia de defensa, en una situación absurda, por la retirada de lo que era la gran amenaza para Europa occidental, y la Alianza entró en unos años de decadencia, buscando su papel en el mundo. Erróneas decisiones norteamericanas, como la guerra de Irak y sus consecuencias, debilitaron los vínculos trasatlánticos, reforzados tras el 11S, y ha sido el inicio de la invasión rusa de Ucrania lo que ha convertido a la Alianza nuevamente en el paraguas bajo el que todas las naciones, incluso aquellas que la miraban con recelo, han corrido para encontrar cobijo. Aunque los presupuestos defensivos de los países europeos no son pequeños, su eficacia conjunta es prácticamente nula, desperdigada en múltiples programas de armamento incompatibles entre sí que sirven para mantener en pie la industria de defensa de cada una de las naciones y sus empleos asociados, pero poco más de cara al ejercicio de una disuasión efectiva. Sin el apoyo de EEUU Europa, militarmente, esté vendida.
Por eso cuando Trump dice que si vuelve a la presidencia no sólo no ayudará a las naciones que no paguen sus gastos militares, sino que alentará a Rusia a que las ataque, la reacción que debe suscitar en todos nosotros un mensaje así debe ser, como mínimo, de pánico, no ya sólo ante el abandono del “primo de zumosol” que nos protege, sino directamente ante su traición. Con Rusia matando ucranianos todos los días, lanzando amenazas sin cesar sobre las naciones que en la segunda mitad del siglo XX estuvieron bajo su yugo y realizando acciones que pueden suponer una escalada impredecible en la carrera armamentística global (ojo a este asunto) las opciones para Europa, para nosotros, se reducen, y el peligro crece mucho.
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