lunes, febrero 12, 2024

Dos asesinatos en Barbate

El vídeo está tomado a distancia, de noche, pero permite hacerse una perfecta idea de la escena sin ver los detalles más cruentos. Se observa cómo, en el agua revuelta, hay un grupo de embarcaciones que se persiguen y bloquean, una más pequeña y otras grandes. En un momento dado, una de las grandes enfila la pequeña y, en la distancia, arremete contra ella con toda la potencia de la que es capaz, que es muchísima, y pasa por encima sin que se perciba un gran temblor en la estructura ni la sensación de haber tenido un impacto. En ese instante dos vidas han sido segadas y otras heridas de diversa gravedad. La embestida ha tenido éxito para su ejecutor.

Esa grabación será una de las principales pruebas de cargo en el juicio que, algún día, se celebrará contra algunos de los que han sido detenidos este fin de semana acusados de esos asesinatos, y quizás sirva para que la condena sea indudable y numerosa en años pero, sin que tenga nada claro cuántos realmente acabarán pasando los culpables en la cárcel, me da que no servirá para resarcir a las familias de los fallecidos, a los compañeros de la Guardia Civil, el cuerpo atacado, ni a los cientos de personas que, desde la más absoluta precariedad, luchan cada día contra las redes de narcotráfico que se están haciendo con parte del control de la costa sur española, subidas a la ola de un consumo de sustancias desaforado en Europa y a los incalculables ingresos que ese negocio produce. Es casi imposible competir con los medios que son capaces de comprar los delincuentes de la droga, cuyas cuentas nada corrientes y disponibilidad de efectivo sin límites les permite adquirir los mejores motores y montarlos en embarcaciones que podrían servir para celebrar premios de Fórmula 1 acuática en las aguas de los países del golfo, con patrocinios carísimos y escenas de acción propias de película. Frente a ellos, las fuerzas de seguridad del estado, voluntariosas, llenas de arrojo y de poco más. Siempre con el presupuesto justo, recortado o, simplemente, inexistente. Con unas zodiac a mano poco mejores de las que puede disponer un puesto de rescate de la Cruz Roja en una playa de veraneo, con algunas patrulleras de elevado porte en el arsenal de efectivos, pero estropeadas como manda la tradición, a buen seguro con reparaciones atrasadas desde hace días, o no pagadas, o incluso no contratadas. En una de las voces de fondo que se escuchan en el vídeo se oye a uno de los que graban decir algo así que mire a los guardias con la mierda con la que van, y el otro le contesta socarrón, “claro, es lo único que tienen”. Desamparados por parte de una jefatura que desea ascender y colgarse galones, y por un Ministerio que está para repartir productividades, cargos y puestos en ceremonias de postín, los guardias se juegan la vida frente a unos profesionales del crimen que les sobrepasan en efectivos, medios y capacidades, y sólo el arrojo de nuestros profesionales es capaz de, parcialmente, detener una ola que no deja de crecer. Pero ya se sabe, de arrojo y heroísmo se llenan bonitas páginas novelescas, pero no se arreglan los problemas. El flujo incesante de dinero riega el campo de Gibraltar, La Línea y otras partes de la costa sur, con ramificaciones extensas en toda la provincia de Cádiz. Una región con una tasa de paro elevadísima, con empleos muy ligados a la temporalidad veraniega y al turismo, que no ven con malos ojos los millones de euros que mueve le porteo de droga, de los cuales unos pocos miles pueden dar para que familias enteras se mantengan todo el año, y frente a ellos unas fuerzas de seguridad que hace tiempo dejaron de imponer el respeto y la ley, porque sus propios superiores ya no saben lo que es eso. Los agentes de la Guardia Civil, Policía Nacional y los dependientes de los municipios de la zona empiezan a estar más preocupados por su propia seguridad que por el trabajo que, en teoría, deben hacer.

Ayer, en el funeral de una de las víctimas, la mujer del guardia asesinado impidió que el ministro grande Marlaska, aquel que debía velar porque a su marido no le faltasen defensas en su labor frente al narco, se colgara la medalla de la imagen pública poniendo un trozo de chapa y tela sobre el cuerpo del difunto. En un acto de valor y coraje propio de una viuda, que deja en mantillas a todo lo que es capaz de hacer un político mediocre metido a alto cargo, esa mujer vengó, a su manera, el honor de su marido, asesinado por los delincuentes del narco, abandonado por sus superiores. Vale más ella que toda la cúpula de Interior, y creo que no hay efectivo de seguridad en este país que no lo tenga así de claro.

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