La grabación del asesinato de los guardias civiles de Barbate tiene un enorme valor como prueba documental de los hechos y gran utilidad a la hora de presentar cargos en un juicio, para demostrar la intencionalidad de las muertes causadas, pero el sonido que en ella se escucha tiene un enorme valor por la descripción de los hechos y, sobre todo, por la percepción que de los mismos se tiene en una parte de la sociedad. Los comentaristas que graban la escena desde un lado del puerto, hacen chanzas, oles cuando las narcolanchas torean a las zodiacs de los guardias y, en general, muestran un divertido apoyo a la escena que están contemplando.
Es una obviedad decir que parte de la población de las zonas en las que se trafica con drogas apoya ese negocio ilícito porque se ha convertido en su forma de vida, en una de las industrias locales que genera empleos, crea riqueza y permite ir tirando. El volumen de dinero que mueve el narco y la cantidad de procesos implicados en la gestión de la droga, desde que entra ilegalmente en las costas mediante esas narcolanchas hasta que es consumida por parte del que la adquiere para su goce o necesidad permite crear una estructura de negocios, empleos, jerarquías y flujos de dinero de los que se benefician no pocos, y ese dinero abundante que riega todo el proceso se acaba convirtiendo en demanda de pisos, coches ocio, consumo, etc, como toda entrada monetaria en una economía. No serán pocos los que, trabajando en ese mundo, saben de su ilegalidad, y de los daños que produce el producto que venden a unos consumidores que se están matando con él, pero el negocio es el negocio, y las formas tradicionales de vida pueden ser viables o no, pero en todo caso generan bastante menos ingresos. Cortar los flujos de droga desde un principio es costoso, pero tiene como premio impedir que se cree ese mundo de negocio paralelo que, una vez instalado, resulta mucho más difícil de controlar. Por así decirlo, cortar el césped todos los días es muy pesado, pero tratar de controlar un jardín abandonado en el que las zarzas se han hecho fuertes puede ser imposible. En España ya hemos vivido una situación similar con respecto al mundo de las drogas, que es lo que pasó en Galicia en la década de los noventa y alrededores, cuando clanes como el de los charlines o personajes como Sito Miñanco se convirtieron en celebridades. Controlando el mercado de la droga de manera casi completa, desde la gestión de los pedidos en Latinoamérica hasta el menudeo entre los clientes, esas estructuras se hicieron muy fuertes, económica y mafiosamente, y llegaron a convertirse en poderes fácticos en los territorios donde operaban, y en uno de los principales empleadores de los mismos. No había una demanda social para acabar con ellos, por miedo a las represalias y, también, por el temor al paro y la falta de ingresos si el negocio desaparecía. Fueron las madres de algunos de los engañados que trabajaban en los extremos de ese negocio, que eran los que morían de vez en cuando, y las madres de los hijos que fallecían por las drogas que consumían las que alzaron la voz y empezaron a crear un caldo de protesta social, pero ese mundo de cárteles gallegos sólo pudo ser controlado y debilitado cuando el Estado se puso a trabajar en serio y a distancia, no desde las audiencias provinciales gallegas, donde los tentáculos de la mafia local podían actuar y amedrentar, sino desde Madrid, desde la distancia segura de un mundo ajeno, en lo físico y en lo emocional, a todo aquello. Las bandas gallegas, al contrario que otras mafias, no optaron por una respuesta terrorista ante estos envites de la justicia, y las cosas poco a poco pudieron controlarse. La historia que relata Nacho Carretero en “Fariña” es de una tristeza absoluta, y de un final feliz si como tal entendemos la decadencia del negocio de las drogas en esa región, pero el balance de los años duros de tráfico y consumo es desolador.
Ahora, año 2024, con un consumo de sustancias desatado entre la sociedad europea, con una baja percepción del riesgo de la droga por parte de los ciudadanos y las autoridades, la tecnología por doquier y el acceso online a cualquier tipo de sustancia, el poder de los narcos en el sur de España se ha hecho enorme, y su respeto ante la autoridad ha caído a mínimos. Los Guardias Civiles asesinados el viernes no son los primeros a los que el narco mata en esa zona y, tristemente, no serán los últimos. Faltan medios por doquier, sí, pero sobre todo falta el impulso social necesario para asumir que el problema es gordo, profundo, descontrolado, y que requiere soluciones policías y económicas. Y trabajo, mucho mucho trabajo.
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