Si uno mira las estadísticas de crecimiento de la UE le puede entrar una depresión. El tono anémico domina por completo desde hace año y medio, con tímidas subidas y bajadas, y trimestres planos, en un camino hacia ninguna parte. Esto se da mientras naciones en las que el turismo es primordial como España o Italia reflejan avances significativos de su PIB. Para que la media sea baja debe haber países que no carburan. Francia está entre ellos, pero el gran país de la UE, Alemania, es el que presenta los datos más negativos, sin mostrar capacidad de crecimiento alguna ¿Por qué?
Hay varios factores que explican el mediocre comportamiento de la economía alemana, y el nuevo mundo geopolítico en el que nos estamos metiendo no es, precisamente, el menor de ellos, pero si hay que buscar una causa profunda a esta situación se encuentra, sin duda, en el disparo de los precios de la energía, y en cómo la guerra de Ucrania ha convertido, de repente, lo que era una ventaja estratégica en un coste enorme y un gran problema. Alemania, desde hace años, apostó por la energía rusa como fuente primordial. La cercanía física, los vínculos empresariales y el alto rendimiento que ofrece el gas convertían a esta alternativa en algo bastante obvio, por lo que gran parte del sistema productivo germano se fue adaptando a un flujo energético que fiable, constante y a un precio muy bajo. Mientras que otras naciones teníamos unos costes energéticos elevados, Alemania disfrutaba de precios bajos en unos de los insumos imprescindibles para cualquier sector de la economía. Las redes clientelares creadas entre las empresas alemanas y las gasísticas rusas se fueron tejiendo sin mucho disimulo, hasta llegar a la plena implicación de las autoridades germanas, muchas de las cuales, tras dejar sus cargos, entraban a formar parte de los conglomerados energéticos sin demasiado disimulo, en una versión de las llamadas puertas giratorias en la que el cirílico era el lenguaje franco que dominaba. Estratégicamente, desde el gobierno alemán se alentaba esta alianza porque se consideraba que, además de las ventajas económicas señaladas, era una fuente de estabilidad para el continente. Dos economías que cada vez son más dependientes aumentan mucho los costes de una posible ruptura futura. Es lo que se ha llamado por algunos como la teoría del abrazo económico, un aumento de la interdependencia disminuye las opciones de enfrentamiento y garantiza una paz estable que, a su vez, espolea el crecimiento económico. Alemania, un país marcado a fuego por un siglo XX horroroso, encontró en esta teoría una vía para solucionar sus problemas seculares, y se lanzó sin cesar al acuerdo económico global. El peso exportador de sus empresas sobre el PIB siempre ha sido desproporcionado y el Made in Germany se ha convertido en un símbolo de calidad global deseado por todo un mundo en el que Alemania, demográficamente, es un país pequeño. La combinación de comercio global y bajos precios energéticos ha permitido dopar a la economía del país y e instalarla en un círculo virtuoso, y todo eso ha caído en terreno abonado, con una sociedad culta, formada, amante del trabajo y con un sentido elevado de la profesionalidad y el rigor. Las cifras de crecimiento de Alemania en las últimas décadas son envidiables para todo el mundo, y salvo unos años en los que fue calificada como el enfermo de Europa, poco después del 2000, su senda de crecimiento se ha mantenido imbatible. Era imposible renunciar a las decisiones que llevaron a esta decisión, que han elevado los niveles de vida del país a un nivel digno de la opulencia.
En parte, este castillo se ha desmoronado, porque la decisión de Putin de invadir Ucrania ha roto la racionalidad de la teoría del abrazo. De un día para otro Alemania paso de estar atado a un socio fiable y un suministro barato a estarlo a un país en guerra con la UE y una materia prima objeto de sanciones. El disparo en los costes de la industria alemana por el incremento de los precios del gas en 2022 y el suministro actual, sometido a los avatares del transporte marítimo por transportarse en forma licuada y por barco, han convertido a la energía en el gran cuello de botella. Alemania sufre.
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