Parece que, a lo largo del día, los bloqueos que los agricultores franceses han levantado, cercando París, se irán disolviendo y las autovías que permiten entrar y salir de la ciudad serán otra vez un lugar de tránsito y no de acampada. Cerradas desde el lunes, han sido la medida de presión más intensa que han llevado a cabo los agricultores gabachos para protestar contra su gobierno y las medidas de la UE, aunque los grandes perjudicados de esta movilización han sido, paradojas de la vida, los agricultores de los países vecinos, especialmente los nuestros, cuyos productos estaban en tránsito por las carreteras galas y acabaron, en parte, tirados sobre ellas.
Hay problemas de fondo en el mundo agropecuario europeo, y algunos son de muy difícil solución, tanto por parte de autoridades como del resto de agentes implicados. La sequía es uno de ellos, porque si la lluvia no llega es imposible que ciertas producciones, el olivar por ejemplo, rindan como es debido, pero otros muchos asuntos que soliviantan a los que en el campo trabajan sí tienen su arreglo en medidas políticas, porque en gran parte están causados por ellas. Los costes de producción elevados, tanto por el alza de insumos como el combustible y los fertilizantes como por el incremento de costes salariales, la escasa rentabilidad de muchas de las cosechas dado que los precios de las mismas se fijan en grandes mercados en los que los productores nacionales poco pueden hacer, el poder de decisión altísimo que tienen las grandes superficies y los distribuidores a la hora de la colocación del producto y de llevarse el margen final que genera el precio al que el consumidor paga los productos…. Hay un montón de problemas serios que requieren una reflexión y cambio en las normas que rigen los mercados agrarios, pero existe, sobre todo, un problema de fondo muy difícil de solucionar derivado de la desconexión total que existe entre la sociedad europea, cada vez más urbanita y alejada del trabajo agrario, y la gente que vive en y de las explotaciones rurales. El campo se está convirtiendo, para la mayoría de los ciudadanos europeos, en un jardín de postal cuyo objetivo es que luzca en las fotos que se sacan los fines de semana cuando acuden a visitarlo. El ecologismo de ciudad, ajeno a la realidad científica, pero impregnado de un profundo sesgo antiproductivo, contempla al agricultor y al ganadero como un explotador de un entorno idílico, que desde una terraza cuqui de moda se percibe como de diseño, y que es atacado por aquellos que trabajan en el campo. Los productos que aparecen en los lineales de los supermercados son devorados sin freno por parte de los residentes urbanos sin tener ni la más remota idea de dónde vienen, de cómo se producen, del coste y trabajo que en ellos se deposita para que puedan existir y llegar hasta las manos del que los compra. La obsesión moderna por lo “bio”, lo “eco” y demás etiquetas llenas de márketing, vacías de contenido, permite a ciertas explotaciones agrarias de muy escasa capacidad vivir a cuenta de los sobreprecios que cobran a los ingenuos consumidores que creen que esos productos son de calidad superior al resto, cuando algunos sí lo son y otros ni mucho menos, pero la producción general, la que permite alimentar a los millones y millones de personas que tenemos la rara costumbre de comer todos los días no puede estar sometida a normativas sobre abonos, pesticidas y demás elementos necesarios para el desarrollo de cosechas que pueden tener su sentido en huertos dedicados al ocio de quienes ven en el parterre su afición como otros la tienen en el coleccionismo de monedas. Cultivar, cosechar, alimentar y sacrificar reses… el mundo agripecuario es de gran complejidad, diversidad, de terrenos muy distintos de rendimientos dispares, de cosechas de escasa producción junto a zonas como las de invernaderos que son capaces de alcanzar rendimientos industriales, de explotaciones en las que la I+D+i es de mayor complejidad y alcance que en muchas empresas que se hacen pasar por tecnológicas. Y todo ese ecosistema, como cualquier otro, requiere ser rentable para existir.
En su conjunto, la UE está convirtiendo la PAC en una política que está transformado a los agricultores en jardineros funcionarizados, con obligaciones administrativas de todo tipo, y en responsables de cumplir unos estándares ecológicos bastante irracionales que no se piden a los productos que, desde terceros países, llegan hasta nuestros mercados. Más allá del carácter corporativo que toda manifestación tiene, que busca sobredimensionar los problemas de un colectivo respecto a los de los demás, hay un malestar serio en el mundo agrario y, desde los despachos de los gobiernos y los locales molones de los centros urbanos no se entiende lo que allí pasa. Urge cambiar bastantes cosas. El campo no es un mero decorado para Instagram.
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