Como dejó escrito alguien en redes el pasado fin de semana, con la marcha de Fernando Savater de El País pierde mucho más el periódico que el filósofo, y ese es el perfecto resumen no de lo que ha sucedido, pero sí de sus consecuencias. La deriva en la que ha entrado la cabecera de PRISA llevaba inevitablemente a que Savater dejase esa empresa, bien por voluntad propia o por despido, que es lo que ha sucedido finalmente. La directora, Pepa Bueno, fiel correa de transmisión de los dictados de Moncloa, se encargó de comunicárselo en una reunión que todas las fuentes califican de cordial y clara. Se mantuvieron las formas, algo es algo, pero quedaron claras las posturas.
En esta vida si uno está del lado de Savater no tiene la certeza de que la razón le ampare, pero sí que la ética le cubra y que, con el tiempo, la soledad le rodee. Fernando es uno de los pensadores más lúcidos y transgresores de su generación, una persona que ha ido creciendo en sabiduría y compromiso social a lo largo de los años, partiendo de un punto que ya está muy lejos del alcance de muchos, y que ha tenido en la enseñanza y la defensa de la libertad sus grandes pilares (y bueno, también el hedonismo, que lo practica en cuanto puede). Todos los autoritarios se han encontrado con Savater de frente, lo que ha hecho de Fernando un sujeto especialmente incómodo, porque él, desde una posición ideológica de izquierda convencional, no ha dudado en enfrentarse a todos los que han deseado imponer un régimen totalitario o una mentira, sea cual sea la presunta argucia ideológica en la que basasen sus ínfulas de poder. Consiguió prestigio Savater entre la progresía clásica por su oposición al régimen franquista, que le llevó a la cárcel (a él sí, a otros que de eso presumen no) pero empezó a perder puntos en ese extraño oficialismo de lo políticamente correcto cuando, caída la dictadura, siguió enfrentándose a lo que quedaba de franquismo en España, que era ETA y toda la constelación de basura nacionalista que la amparaba. Ahí muchos que le admiraban empezaron a recelar de su figura, porque ETA se vendía como un movimiento de liberación, como la vanguardia de un partido marxista leninista, como la quinta esencia de la revolución frente a la burguesía, y un montón de tonterías similares. En el fondo ETA no era más que la mano armada de un movimiento racista, etnicista, xenófobo, que considera que hay unos humanos que son superiores a otros, y los superiores tienen derecho a autogobernarse y eliminar a los inferiores. La misma basura que generó el desastre del siglo XX europeo pero vestida con boina. La firmeza de Savater ante ETA, sus brazos utilitarios y toda la constelación de nacionalistas bien vestidos, pero igualmente racistas que se beneficiaban de lo que hacían “los chicos de la gasolina” empezó a convertir a Fernando en un personaje incómodo en muchos ámbitos, en el País Vasco y en el conjunto de España. Gracias a él y a otros valientes la sociedad despertó ante la ilusión terrorista y salió a las calles a oponerse, y ETA dejó las armas envuelta en el olvido de muchos, que la consideraron como algo inútil. Sin embargo, la ideología que le amparaba sigue viva, no sólo en el País Vasco, y Savater la sigue combatiendo, a esa y a todas las que amparan una visión de la vida en la que eso, la vida, está supeditada a los deseos de un liderazgo fuerte que marca la dirección que debe seguirse. Savater siempre ha estado frente al poder, civil, militar o religioso, porque el poder es capaz de corroer el corazón de los hombres y llevarlos a cometer actos infames en la creencia de que es por el bien de la sociedad a la que dicen cuidar. Ese componente ácrata que le domina hace que sea insobornable ante atropellos como los antes mencionados o los que ahora, día tras día, realiza Sánchez desde la presidencia del desgobierno, en nombre de una sarta de argumentos prefabricados que son tal mentira que, aunque a algunos engañe, no pueden seguir sosteniéndose de manera indefinida. Un sueldo, que acalla las conciencias de tantos, no sirve para que Savater enmudezca.
Es curioso. Aunque es guipuzcoano, Savater tiene un componente unamuniano muy propio del bilbaíno, que le lleva a la bronca con los suyos y los ajenos, y lo hace ponerse siempre en las posiciones más polémicas. No está su intelecto a la altura de la mediocridad que nos rodea en lo que hoy en día se hace llamar política, y se le nota el hartazgo ante lo que ve. Perdida su alma gemela, su amor que ya se fue, Savater vive en un mundo de recuerdos, añoranzas, placeres diarios para sobrellevarlos y de rabia ante la degeneración del discurso, la palabra, la promesa. Una vez que el periódico que él fundó ha dejado de hacer periodismo para pasarse al mundo de la propaganda, para así evitar su quiebra, poco pintaba allí. De buena se ha librado.
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