Este sábado se ha cumplido el segundo aniversario desde el inicio de la cruel invasión rusa de Ucrania y el desencadenamiento de la guerra total en el este de aquel país. Las tropas, mandadas por el caudillo ruso Putin, pretendían realizar una operación quirúrgica de toma del poder en Kiev y de exterminio de la dirigencia ucraniana, pero fracasaron, y desde entonces se suceden los combates en un largo frente de más de mil kilómetros donde el sadismo y la suciedad emulan lo sucedido en la IGM de una manera tan absoluta como llamativa. Los muertos se cuentan por centenares de miles.
Coincidiendo con esta fecha tan redonda, dirigentes europeos y del G7 viajaron el sábado a Kiev para mostrar su apoyo a la nación ucraniana y a sus dirigentes, y reiterar que no les van a abandonar. El escenario del encuentro oficial fue el aeropuerto de Gostomel, al norte de la capital, uno de los puntos donde inicialmente las fuerzas rusas fueron repelidas y que se convirtió en estratégico de cara al fracaso de la operación de captura de la capital. Discursos varios y proclamas ante un escenario lleno de ruinas, de edificios destruidos y restos de equipamiento ucraniano y ruso que se enfrentaron en aquella batalla. Como sinónimo de lo que es la guerra, el lugar era muy adecuado, y como símbolo de lo que supone el enfrentamiento militar, también. Equipos, munición, plataformas… sólo faltaban los cadáveres de los caídos en la batalla. Llegamos a este segundo aniversario con malas sensaciones entre los que apoyamos a Ucrania. Hace un año la situación era, en medio de la cruel batalla, de cierto optimismo. La resistencia de Ucrania se había consolidado y, planamente abastecida de munición y material, había logrado incluso reconquistar algunas de las zonas en las que los rusos habían llegado a dominar. El desplome de las líneas rusas resultaba, en algunos puntos, hasta ridículo, muestra de la incapacidad operativa de un ejército viejo, asesino y carente de dirección. No se vislumbraba el final de la guerra, pero sí que este no iba a ser el de la inevitable derrota de Kiev, que parecía ser el único destino imaginado por muchos. Dos años después la sensación, como les decía, es otra, un poco la inversa de la vivida en 2023. El frente ha permanecido estancado durante gran parte del año pasado, con una interminable sucesión de escaramuzas de trinchera que han movido muy poco las posiciones, y entre mdio se ha desarrollado la contraofensiva ucraniana de verano, anunciada con bombo y platillo desde el final del invierno de 2023, y que se tradujo en apenas ganancias de territorio. Un par o tres de pequeñas localidades fueron liberadas, pero para nada se produjo otro colapso del frente o una retirada de las posiciones rusas. Miles de soldados de ambos bandos han muerto durante las batallas del pasado verano sin que los mapas que siguen la evolución de la guerra registrasen modificaciones sustanciales. Este fracaso en la práctica de la contraofensiva ucraniana ha sido la gran noticia del año en la guerra, y a ella se le ha sumado la creciente oposición, por la parte republicana norteamericana, a mantener el flujo de armamento y munición con los que EEUU permite que las tropas de Kiev sigan atacando y respondiendo en el frente. El papel de la UE en esta guerra es de apoyo moral y financiero, pero las balas, los cañones, los misiles, lo que se dispara y puede matar rusos, lo pone EEUU, el único país que posee una industria militar capaz de rendir al nivel requerido de consumo de suministros que demanda esta guerra. Los soldados a pie de trinchera los pone Kiev, y Kiev recibe los cadáveres y llora a los muertos, pero esos soldados disparan y luchan con elementos de fabricación occidental. Los stocks que había en Europa de munición están agotados desde hace ya bastante tiempo y la capacidad industrial de defensa europea no deja de ser simbólica frente a la que dispone EEUU. Esto nos lleva a una conclusión cruel.
Si desde Washington no se mantiene el apoyo militar constante y los suministros no fluyen como es debido, las posibilidades de que Ucrania gane la guerra son nulas, y de hecho su probabilidad de perder posiciones y terreno crecen sin cesar. Es tan sencillo como doloroso. Putin ha convertido a Rusia en una economía de guerra al servicio de su obsesión imperialista, y la capacidad rusa de fabricar proyectiles, sumada a lo que le suministran naciones como Corea del Norte o Irán, está creciendo. Con coraje Ucrania no puede responder ante esos envites. O le suministramos munición a mansalva o la guerra empezará a decantarse hacia el lado ruso. Es así de claro. Aquí las palabras sobran, son las fábricas de armamento las que deben trabajar sin descanso.
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