Como lo tenía pendiente de la semana pasada y al actualidad no frena, es hora ya de que haga algún comentario sobre el resultado de las elecciones legislativas del pasado martes en EE.UU. Las encuestas no han fallado. Es más, se han quedado cortas, ya que auguraban la victoria Demócrata en la Cámara de Representantes (parlamento que se diseña en función de la estructura federal del país y del peso proporcional de la población en cada uno de los estados) pero no en el Senado (parlamento en el que cada estado de la unión tiene igual representación). A Bush le quedan dos años de mandato en los que va a poder graznar muy poco, ahora que se ha puesto de moda el viejo símil del pato cojo.
Es esta derrota de Bush un hecho muy anunciado y deseado por gran parte de la población mundial, y por lo visto también de la norteamericana. Si es cierto que hace dos años no le castigaron por la guerra de Irak, entre otras cosas porque la ofensiva terrestre fue un paseo victorioso, hoy en día el avispero irakí no ofrece soluciones, sólo féretros que llegan a los pueblos americanos con una regularidad dolorosa. El primero en asumir el resultado ha sido el propio Bush que, frente a la actitud mostrada por otros políticos al perder elecciones (véase sin ir más lejos el caso de las elecciones catalanas y lo “rápido” que ha habido dimisiones al haber perdido escaños casi todos los partidos) ha cogido el toro por los cuernos y ha cesado a Donald Rumsfeld, el más joven y más veterano secretario de Defensa, y puede que el más polémico. Debió ser cesado hace ya muchos meses, y puede que Bush le haya guardado en al recámara como una pieza para ser cobrada cuando mejor le viniera, y no es mal momento una derrota electoral. Hoy se reúne un grupo de expertos para debatir el asunto Irak, pero que nadie espere como proposición de los demócratas una desbandada norteamericana, ni una huída como la española, no. Entre otras cosas porque de producirse el país se vería abocado a una sangrienta guerra civil en toda al regla, sin límites ni previsible final, y ese sería el último fracaso que EE.UU. puede permitirse.
Se inicia el ocaso de George W. Bush, un presidente que llegó con enorme polémica tras un recuento de votos tercermundista, ganando a un gran intelectual pero esquivo y altanero político llamado Al Gore. Sospechaba yo de una presidencia volcada al interior del país, autóctona y muy aislacionista., pero la caída de las Torres Gemelas el Santo 11 de Septiembre de 2001 cambiaron el destino del mundo, para peor. Se acerca el momento en el que la historia empezará a juzgarle, y creo que el veredicto no va a ser magnánimo, pero, como sucedió aquí tras la caída del dictador, cuando Bush se vaya dentro de dos años a su casa, aparte de mostrar la grandeza del sistema democrático norteamericano, cuánto huérfano va a dejar, y cuántos recordarán que bien y que fácil era vivir contra Bush.
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