El tema más comentado esta semana, a parte del brusco cambio meteorológico de hoy, es la estadística que ha publicado el INE, basada en la explotación del padrón, sobre los nombres y apellidos más frecuentes en España, según distintas categorías (edad, situación geográfica, etc). Los ganadores son, como casi siempre, José y María, aunque nuevos nombres suben en la escala, tal es el caso de los Lucía, David, Ana, Miguel, etc. En el caso de los apellidos arrasa García, seguido de patronímicos clásicos como Fernández, González, Pérez... En este caso despuntan Ceuta y Muelilla, donde el apellido más común es Mohamed. Eso sí que es un hecho diferencial, y no el de Vizcaya o Guipúzcoa, en las que triunfa... García.
Es curioso esto de dar nombre a algo. Supongo que algún lector de estas líneas habrá bautizado alguna vez un niño, un coche, una casa, un objeto querido, o similar, y habrá sentido el vértigo que supone saber que se está tomando una decisión casi inamovible, que condicionará la vida futura del ser o del objeto. No has sido este mi caso, porque aún no me ha tocado nada similar, pero el día que ocurra tendré que pensar mucho como, por ejemplo, llamar a un hijo mío (qué lejos está eso, si llega). Los judíos pensaban que nombrar a algo, a parte de identificarlo, servía para tomar posesión del mismo por parte de quién le nominaba. De hecho es Dios en el Génesis el que nombra a las criaturas que el ha creado. Además, el nombre implicaba que el nombrado adquiría las propiedades del término usado. Así, cuando Jesús le dice a Pedro (que viene de piedra) “Tú eres Pedro, y sobre ti edificaré mi iglesia” le está dando la característica de solidez propia del pedrusco. Muchas veces he tenido al sensación de que el nombre ya indica algo de la persona, y que a ciertas personas les “pega” o “viene bien” el nombre que poseen, o propiedades más o menos oficiosas de los mismos. Como ejemplo divertido, conocí a uno en la Universidad que decía que no había Laura fea, y la verdad es que, por lo que he visto hasta el día de hoy, el aserto se cumple, y no conozco a ninguna Laura que no sea guapa. ¿Casualidad? ¿Coincidencia? No lo se, pero es divertido
Luego, claro, están los nombres de castigo, términos no despectivos (aunque alguno lo hay) pero si raros, extraños, provenientes de series de televisión y demás (llamarse Kevin Costner debe ser horrible) o nombres que casi no se usan, y suenan a otras eras. Hasta hace pocos meses en mi trabajo coincidieron un Gervasio, un Anatolio y un Higinio, y cuando lo pensaba sonreía, porque era una combinación casi tan complicada como una primitiva de seis aciertos. Al aire de al noticia salió la típica encuesta por la calle y una chica dijo llamarse Gretel por el cuento infantil, y espero que le gusten las casitas de chocolate y las ninfas del bosque. Al menos la chica tenía más aspecto de Hada Madrina que de bruja, lo que ya es algo.
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