Ayer se hizo público el veredicto del primer juicio al que ha sido sometido Sadam Hussein desde que fuera derrocado como líder de Irak. El resultado ha sido contundente. Muerte en al horca. Al oírlo pensé en primer lugar no en Sadam ni en Irak, sino en los juicios (o simulacros) que suelen salir en las películas del oeste, en la que unos cuantos se reúnen bajo un árbol, y el más rápido echa la soga sobre una rama para colgar a alguien. Sadam es culpable de todo lo que se le eche encima, y más, pero como yo estoy en contra de la pena de muerte la sentencia no me satisface. Sería mejor que envejeciera en la cárcel hasta el final de sus días. Pero el asunto hace volver a al actualidad a ese enjambre llamado Irak.
Ya han pasado más de tres años desde la segunda guerra de Irak (quién lo diría, verdad?) y las cosa en aquel país no tienen visos de mejorar. A un ritmo de quince o veinte muertos diarios, ha dejado de ser noticia para las televisiones, radios y medios escritos. Ese ritmo, aunque más atenuado, se mantiene para las bajas norteamericanas, que ya son más de 2.000, y que amenazan ensombrecer el resultado de las legislativas de mañana Martes en EE.UU (algo intentaré decir aquí sobre el resultado). Irak no es Vietnam, por su dimensión y época, pero contiene trazas similares. Los analistas se preguntan cuándo se va a acabar eso, e intentan poner fecha a una salida de tropas, escalonada y progresiva, que seguramente salvará vida a los soldados occidentales, pero hundirá definitivamente al país en lo que ya parece una guerra civil abierta entre chiítas y sunitas. Ayer Timothy Garton Ash expresaba esa sensación de hastío en el título de su columna “Irak es la guerra que nunca acaba” y denunciaba lo que a mi parecer ha sido el mayor error de toda esa aventura en el desierto. La guerra contra el terrorismo, o como se quiera denominar, no avanza. Hemos creado una academia de infantes de Al Queda en Bagdad y sus alrededores y, pese a eliminar una feroz dictadura, una sibilina y más peligrosa corriente de integrismo amenaza con expandirse por todas partes, especialmente en suburbios como Sader City, de cuyo nombre jamás nos hubiésemos acordado de no ser por este conflicto. Triste balance para varios años de guerra, conflicto y discusión internacional de alto nivel vociferante y bajo perfil intelectual.
En las imágenes de televisión de ayer se veía a los chiítas eufóricos, al ver condenado a quién más les ha masacrado durante los últimos veinte años. Sin embargo, la minoría sunita, beneficiada a lo largo del régimen de Sadam, protestaba airada y amenazaba con venganzas si se lleva a cabo la ejecución. Será un momento histórico ver como Sadam cae del patíbulo enroscado y se balancea, pero será triste saber que en ese corral habrá cientos de hermanos Dalton esperando para acribillarse bajo el oscilante cuerpo del dictador. ¿Y donde estará el Sheriff?. Me temo que la película Irakí, en vez de titularse Solo ante el peligro se va a parecer más a algo tan sombrío y siniestro como Sin Perdón.
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