Sí, con su parafernalia habitual de colas, atascos, gentes deambulantes, luces, anuncios y atascos, ya ha llegado la Navidad. Se puede decir que este ha sido el primer fin de semana oficial de navidades. Este Viernes tuvo lugar el encendido de las luces en la s calles, que la verdad es que quedan muy bonitos, y los espumillones y plásticos imitadores de acebo empiezan a extenderse como si fuesen una epidemia de mejillón cebra del Mediterráneo. Empezando por invadir los Starbucks y El Corte Inglés (que suerte esto de poder decir marcas, y de que aquí no exista la publicidad) , van a conquistar hogares y demás establecimientos en breve.
Con tal motivo, y con el objeto de evitar atascos humanos de última hora, que de coche no padezco al no tenerlo, decidí cogerlos desde primera. Como ya sabía algunas cosas que debo comprar como regalos, fui ayer por la tarde a la FNAC para empezar a aprovisionarme, pensando, ingenuo de mi, que era de los primeros, y que no habría mucha gente. Pues no, estaba todo atestado, lleno hasta la bandera. Pese a todo, y como era una hora temprana, en al tarde del Domingo, se podía deambular un poco por los pasillos escogiendo cosas. Tomé lo que deseaba, y fui a las cajas a pagar, y allí llegó el horror, porque llevaba la tarjeta encima, pero me había dejado la cartera en casa, con la tarjeta de socio y el DNI en ella, y sin el DNI aquí no puedes pagar nada con tarjeta. Corrí a dejarlo todo de nuevo y, como soy de mentalidad fija y ya me había hecho a la idea de lo que quería comprar, me volví a casa a por la cartera. Paseo en metro de vuelta, sube las escaleras, y allí estaba la condenada en medio de la mesa (¿en qué estuve pensando al salir la primera vez?). La cogí, escaleras abajo y nuevamente al metro, y a la FNAC. Volví planta por planta, volviendo a recolectar al cosecha prevista, y esta vez sí me acerqué a las cajas con decisión. Sólo que ahora, algo mas tarde que en la primera oportunidad, sí que había compradores, y colas en las cajas, y en las escaleras, y en los pasillos. Se empezaba a palpar la Navidad en su más profunda expresión.
La verdad es que este fin de semana la ciudad estaba atestada de gente. Intenté el sábado por la tarde ir a ver la película de El Gran silencio, de tres horas en silencio sobre los monjes cartujos, sospechando que iba a ser de los pocos que estarían en el cine ante tal experimento, y no quedaban entradas para todo el día en una de las dos salas en la que la proyectaban. Empieza a estar todo abarrotado, y el frenesí comprador se extiende. Me imagino a un Bruce Lee vestido de Papa Noel desde la terraza del Corte Inglés diciendo a todo el que pase “La Navidad puede ser bella, y puede ser cruel. Se navideño, my friend”
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