Le ha costado un poco, sobre todo en la zona centro, pero finalmente ha llegado el frío de Noviembre. Tras un verano algo más suave de lo habitual (aunque los hay que se quejen porque ha sido frío) el otoño estaba siendo largo, soso y soleado, con noches más o menos frías pero días cálidos, de hasta 19 – 20 grados. Parece que eso se acaba, entran las borrascas atlánticas, que buena falta hacía, y hoy empezará a llover, y a moverse por fin el fondo de los pantanos y la superficie, llena de limos y algas dada su tranquilidad estos meses.
No me gusta el frío. Así, por las buenas. Los hay que disfrutan embutiéndose entre abrigos y bufandas, y saliendo a la calle envueltos en la humareda de su respiración. A mi eso me produce congoja. El frío me aletarga, me amodorra y cohíbe profundamente. Y más en estos días, cortos y oscuros, donde a eso de las 17:30 el sol es asesinado por el horizonte. Y no hablemos de estas noches, y las que viene de aquí a Marzo, en las que hay que ir corriendo de un lugar a otro, porque pararse a mirar algo charlar con alguien se castiga con pena de dolor en orejas y dedos. En este fin de semana, que lo he pasado en Elorrio, han caído unas heladas monumentales, de 6 grados bajo cero, preciosas para ser vistas por la mañana desde la ventana de casa, con calefacción y a resguardo, pero infames cuando sales del portal para ir a por el periódico o a dar una vuelta. No quiero ni imaginarme lo que serían unos días así sin calefacción, bien porque se estropease o porque, directamente, no existiera. Eso último ocurría hace no muchos años, y estoy seguro de que no lo hubiese pasado nada bien en esa época. Sería uno de esos niños que mueren por el frío, de los que tanto abundaban hasta principios del siglo XX (y mediados en esa España destruida por la guerra). Eso sí, el paisaje escarchado que genera la helada es precioso, con esos jardines como recién sacados del frigorífico, que parece que van a surgir de ellos polos, cornetes y gambas, y esos árboles acristalados, brillantes, bellos, que sufren estoicamente el hielo, viendo sus hojas caer. Ha querido la casualidad que estas heladas se produjeran sin nada de viento, y eso ha hecho que las hojas que aún aguantaban en los árboles (no pocas) se hayan desplomado en apenas dos día, dejando el suelo alfombrado, y en algunas zonas, como el Paseo de San Agustín, cubierto, sin saber casi donde está el paseo y donde el jardín adyacente.
Esto del frío me recuerda a las novelas de Kurt Wallander, ese policía de la comisaría sueca de Ystad surgido de la imaginación de Hening Mankell. Sus novelas son interesantes, quizás algo lentas y cargadas de melancolía y tristeza, pero son bonitas. Eso sí, se desarrollan en Suecia, y claro, a parte del Ikea allí hace frío, mucho frío. En verano se asan a poco más de veinte grados, pero esas reuniones de trabajo a las 7:00 (????) con 9 bajo cero en la calle y viento gélido transmiten esa sensación desagradable de frío que hemos vivido este fin de semana. Bonitas novelas, si, pero para el verano. Ahora basta con abrir la ventana para sentir que el invierno se ha quedado a vivir con nosotros por una temporada...
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