Ayer murió Fernando Fernán-Gómez. Así, de golpe, aunque llevara un tiempo enfermo, y lo hizo en el hospital del La Paz, a tres paradas de metro de donde trabajo, en un edifico muy grande que se veía desde el Ministerio antes de que las soberbias torres del CTBA lo ocultasen y convirtieran en enano. Hoy son todo elogios en los medios, y todo el mundo está afligido por su marcha, y lo noticiable es que parece que, esta vez sí, todo el mundo está sinceramente apenado por la pérdida. No es un dolor fingido, es real.
Nunca vi en persona a Fernán-Gómez, sólo en las pantallas de cine o en la tele. Es una pena que, con la carrera que acumula a sus espaldas, muchos le conozcan únicamente por aquel momento televisivo en el que se encrespó con un admirador y soltó la famosa frase de “A LA MIERDA” lo que le hizo ganar algunas antipatías (reconozco que si en ese momento tuviera el blog le hubiese criticado, no lo niego). Era, si, un hombre serio, adusto, con un temperamento a flor de piel, pero quizás su tristeza y rudeza se debieran a que le tocó vivir su época y creció, se despegó intelectualmente del país en el que se encontraba, empezó a ascender por el camino que lleva a la genialidad, la inmortalidad en las letras, las artes y el espíritu, mientras el país se enfangaba en un mundo de televisión basura, personajes famosos gracias a su entrepierna y, en general, un ambiente cultural cada vez más rancio y domesticado pro la subvención. Fernán-Gómez nunca se sometió al dictado del Ministerio de la propina, algunos lo llama de Cultura, ni se plegó a un gobierno u otro. Su figura se agigantaba con los años, y su mismo aspecto, de patriarca de barba poblada, cada vez más similar a uno de esos grandes filósofos griegos que admiramos en la estatuas de los museos, le daban un porte y un empaque que otros no poseían. Además, fue un hombre renacentista, porque hizo de todo, y todo bien. No se conformó con interpretar cine o teatro, no. Escribió novelas, obras teatrales, poesía, guiones, ensayo, llegó a ser académico de la lengua y su sapiencia deslumbraba, según cuentan hoy aquellos que le conocieron en persona, penetraron en esa carcasa aparentemente hostil que lo cubría, y conocían al hombre cariñosos, sincero y sabio que en ella vivía y desde la cual aleccionaba a quién lo desease.
Curiosamente conocía mejor a Fernán-Gómez por la radio, con un serial que emitió RNE en los ochenta, creo, ”El viaje a ninguna parte” escrito por él, en el que se relataba la historia de una compañía de teatro ambulante que malvivía de pueblo en pueblo, en una España recién salida de la guerra, famélica y pobre hasta hartar. Unida a la desaparición hace pocos meses de Umbral, la muerte de Fernán-Gómez hace de este un año desastroso para las letras castellanas. Se van los genios que alumbraron el siglo XX desde sus páginas, en un éxodo que inició Cela hace ya algún tiempo. Quedan pocos, y quizá ya sólo Miguel Delibes, desde su atalaya de silencio, puede decirnos algo en su nombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario