Hoy toca uno de esos temas áridos, confusos y algo retorcidos, que suscitan desapego y, habitualmente, cambio de canal cuando aparecen en la tele. Pakistán. Recapitulemos un poco los hechos. Este próximo Enero hay elecciones presidenciales en este turbulento país. A ellas aspira a presentarse a la reelección el actual presidente, el general Pervez Musharraf, que lo es desde hace unos años en virtud de un golpe militar. Sin embargo, el Tribunal Supremo del país consideró hace varios meses que Musharraf no podría presentarse nuevamente, por no permitirlo la constitución del país.
¿Qué ha hecho Musharraf para solucionar su problema? Lo que muchos. Se quedaría pensando, mirando por la ventana, diciéndose que “bueno, si soy el hombre fuerte del país, el dictador, me puedo pasar la constitución por donde sea (ya lo hice una vez)”. Y dicho y hecho, se ha dado una especie de autogolpe de estado que, como primera víctima, se ha cobrado el puesto del presidente del Tribunal que trataba de impedir su reelección. Hay detenidos a mansalva, las libertades públicas, ya bastante restringidas, lo han sido aún más, y el ambiente militar domina en las calles y plazas de las principales ciudades. Esto es el típico guión, ahora que los de Hollywood están en huelga, de una dictadura, pero el problema radica en que Pakistán es un país muy especial. Islámico hasta los huesos, comparte una amplia, porosa y siniestra frontera con Afganistán, en la que probablemente estén refugiados Bin Laden y su lugarteniente Al Zawahiri. Es un caldo de cultivo del radicalismo islámicos y, por decirlo de una manera, está en primera línea del frente en la lucha contra el terrorismo. Esto ha hecho que la posición de Musharraf ante occidente se haya fortalecido mucho estos últimos años. Usando la expresión de Kissinger, en un mundo de hijos de puta Musharraf es nuestro hijo de puta, y como tal recibe sustancioso apoyo logístico y económico por parte de la Unión europea y, sobre todo, de Estados Unidos, pese a las voces críticas del Senado norteamericano que han denunciado la pasividad de Musharraf durante estos últimos años en su afán de combatir a Al Queda. En cierto modo el islamismo no le ha venido mal a la dictadura pakistaní, le ha servido de coartada exterior y, exceptuando los intentos de asesinato del presidente, frustrados en su totalidad, no le ha supuesto graves problemas. Sólo la muerte de varios ciudadanos, pero eso para una dictadura no es tan importante.....
Sin embargo, es necesario que Pakistán esté controlado. Es un país con armamento nuclear, y su desestabilización sería un riesgo enorme para una zona que no necesita muchas excusas para saltar del todo por los aires. Hace unas semanas, con motivo de la vuelta de la líder opositora Benazir Buto, un atentado mató a más de cien personas. Ahora Musharraf alega, entre otras cosas, ese islamismo como causa de su golpe, mientras Buto no cesa de proclamar la implicación del gobierno en el atentado que casi le mata. ¿Estaba realmente Musharraf detrás de la bomba? ¿Era ese un paso más de su plan para perpetuarse? ¿Qué pretende hacer con el poder, ahora absoluto? Enormes y complicadas preguntas.
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