jueves, enero 24, 2008

Algunas ausencias

¿Qué opinaría el actor Heath Ledger del derrumbe de la bolsa? Ya no lo sabremos, porque falleció el Martes en su apartamento de Manhattan. Otro actor joven de carrera prometedora, que ve su futuro destruido a la ridícula edad de 28 años por las drogas y una vida que se le desbordó hace ya mucho. Tampoco tenía unas grandes actuaciones en su carrera, aunque so sí, su papel en Brokeback Mountain me pareció sólido y bien interpretado. Es ya muy larga la lista de promesas enterradas prematuramente, futuras estrellas que se apagan de golpe y ya nunca brillarán. Una triste historia.

Aunque para historia triste, la del genio de
Bobby Fisher, fallecido este pasado viernes en Reykiavik a los 64 años, curiosamente el número de casillas de un tablero de ajedrez, deporte que le ha perseguido toda su vida. Decían algunos que Fisher y Von Neumann fueron las personalidades más brillantes e inteligentes del siglo XX. No lo se, pero es cierto que Fisher encarna perfectamente la imagen del genio loco, atormentado y posiblemente también superado por la presión. No viví su momento de gloria, el duelo con Spassky en la capital islandesa, porque tuvo lugar en 1972, el año en el que yo nací, pero aun cuando yo era pequeño se recordaba constantemente ese encuentro, esa rivalidad entre dos hombres, dos sistemas, dos mundos, con una tensión política y social como no nos la podemos imaginar hoy en día. Fisher logró derrotar a Spassky y se convirtió en el campeón del mundo, humillando a los rusos en su deporte nacional, y siendo así el héroe del capitalismo frente al comunismo. Es probable que toda esa presión, unida a una infancia convulsa y nada envidiable, acabasen provocando el enajenamiento de Bobby. Tras esa partida desapareció literalmente de la tierra. Su fama llegó a ser tal que podría haberse convertido en una de las celebridades del siglo, dedicándose a cualquier cosa que le placiera. Pero no. Se evadió del mundo, se fugó, se recluyó en no se sabe donde y su figura empezó a oscurecerse. Reapareció en 1992, en una reedición publicitaria del duelo con Spassky que se celebró en Yugoslavia, país sometido entonces a bloqueo por EEUU a cuenta de las guerras de los Balcanes, motivo por el cual se convirtió en un prófugo a ojos de la justicia norteamericana. Sus paranoias eran constantes, y su obsesión por la seguridad, seguro como estaba de ser víctima de complots organizados por las más diversas agencias y servicios de inteligencia le impedían vivir. Hace pocos años fue detenido en el aeropuerto de Tokio, mostrando un aspecto de indigente, o de Diógenes redivido, con una poblada barba blanca y una vestimenta raída. Era la imagen del hundimiento del genio y de la persona. De allí consiguió recalar en Reykiavik, donde parece que intentó llevar una vida apartada y normal, pero no lo consiguió. Al final murió envuelto en su paranoia.

Leontxo García, uno de los mayores expertos de ajedrez del mundo, logró entrevistarle hace pocos años, y comentaba este pasado Domingo en
“No es un día cualquiera” de RNE, la impresión contradictoria que le provocaba Fisher. Genio absoluto, paranoico, misógino, antisemita compulsivo (pese a su origen judío) le parecía un hombre desbordado por su capacidad y por la presión, una especie de juguete roto, que había acabado pagando los platos del enfrentamiento entre dos superpotencias. Leyendo artículos este fin de semana al respecto no podía dejar de pensar en qué pobre había sido Fisher, qué triste había sido su historia, y qué oscuro su final. Tantas capacidades solo le habían proporcionado amargura en su existencia.

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