Uno de los escasos propósitos que me planteé de cara a las navidades fue el de leerme “Las Benévolas”, uno de los éxitos editoriales de la temporada, ganador del Goncourt el año pasado y objeto de admiración (y crítica) por parte de la prensa especializada. Es la primera novela de su autor, Jonathan Littell, un americano de madre rusa que vive en Barcelona y que ha escrito el texto en francés. Sus dimensiones, mil páginas asustan, y su densidad abruma, pero una vez lanzado a la tarea me vi inmerso en una de las pesadillas más alucinantes, poderosas y crueles que jamás haya sentido.
Ya me emocionó, como amante de la música de Bach que soy, el hecho de que el libro estructure sus capítulos como los fragmentos de un a suite francesa. Tocata, Alemandas I y II, Curranda, Zarabanda, Minueto (en rondós), Giga y Aire. El protagonista de la historia es Maximilian Aube, oficial de las SS, que tras la guerra nos cuenta sus experiencias en ella, vistas (y esta es una de las clave del libro) como el relato de un trabajo profesional por parte de un empelado público que se enorgullece de su trabajo, que participa en al gestión y desarrollo de los campos de exterminio judíos con la frialdad y profesionalidad exigida a un ingeniero en el trabajo de edificación de una presa, o que se exaspera ante la ineficacia del ejército alemán para desarrollar las labores de “limpieza” a medida que avanza por la estepa rusa. Es la Segunda Guerra vista desde el lado de los verdugos. Auschwitz desde los comandantes nazis, y eso plantea al lector enormes interrogantes y dilemas morales. Aube es un hombre culto, elegante, refinado, homosexual, misógino, letrado, sensible, dotado de gusto, estilo y tendencias incestuosas, y que sufre frecuentes ataques diarreicos por el estrés y la presión de su trabajo. Todo un personaje del que llegamos a conocer hasta lo más profundo de su ser. Y pese a deleitarse con la música de Bach, y debatir con alguno de los protagonistas si Rameau y los barrocos franceses son equivalentes a los representantes del barroco alemán, su instinto asesino y depravado permanece, y eso, que s la otra clave del libro, sustenta la tesis del autor, que comparto, de que la cultura no es un antídoto ante la barbarie. La educación, las formas, la lectura, el deleite ante una obra de arte, etc no nos hace mejores personas. Es una visión cruel, nihilista quizás, pero cierta, y el caso alemán es el paradigma de esta horrible contradicción entre formación, espíritu y actuación depravada. La historia, que comienza poco antes del inicio de la operación Barbarroja contra Rusia, acaba en las ruinas de una fantasmagórica y horrenda Berlín, con el protagonista huyendo a través del Zoo y los túneles del metro de un régimen, el soviético con Stalin a la cabeza, igual de depravado que el nazi, pero que, como señala el protagonista, tuvo la suerte de ganar la guerra y, como vencedor, escribir la historia a su favor.
Huelga decir que recomiendo encarecidamente que el que pueda se lo lea, pero aviso que no es una novela para todos los gustos. Densa como pocas, con el diálogo desarrollado de manera narrativa, con escenas de elevada crueldad o muy escatológicas, muchos estómagos no se sentirán a gusto en varios de sus pasajes, y la miseria moral que emana el personaje y, sobre todo, su proximidad a nosotros, nos dejará aterrados. Como muestra en este enlace está la tocata, capítulo inicial y presentación del personaje por él mismo, con su aire chulesco, desafiante pero, mmm, tan cercano..... Imprescindible.
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