Pese a que son muchos los asuntos de actualidad que me gustaría comentar, a veces hay que hacer un alto en el camino. Hoy se cumple el 75 aniversario de la llegada de Hitler al poder en Alemania. Después de obtener en torno al 35% de los votos en las elecciones por parte del NSDAP (los nazis), Hindenburg, Presidente de la república alemana, nombró canciller del Reich a Hitler en Postdam, el 30 de Enero de 1933, y lo puso al frente de un gobierno de técnicos, en el que, junto a él, sólo había dos ministros nazis: Wilhelm Frick a cargo del Ministerio del Interior y Hermann Göring como Ministro de Prusia, la región más poderosa e influyente de Alemania.
He tomado el título de la entrada de hoy del artículo que publicaba este pasado Domingo Julián Casanova en El País, y es bastante ilustrativo, sobre todo sabiendo lo que vino después. Sin embargo resulta más interesante el conocer porqué se llegó a esa situación, cómo fue posible que Hitler llegase a esa cota de poder de una manera democrática (con los estándares de entonces) y saber si hubo alguna posibilidad de evitar ese punto, que marca un poco el inicio del fin, el surgimiento del imperio nazi y de la posterior barbarie de la II Guerra Mundial. A posteriori todo resulta obvio y para los no expertos nos es muy difícil determinar que opciones había en aquel momento. Menos mal que están los historiadores y a ellos debemos remitirnos. En este caso creo, modestamente, que el trabajo de referencia es la trilogía desarrollada por Richard Evans “La llegada del Tercer Reich” de la que en España ya se han publicado los dos primeros volúmenes. En el primer volumen se cuenta la historia del acenso del NSDAP, de Hitler y todos sus compinches, justo hasta este acto celebrado en Postdam, y la sensación que da leerlo, a parte de la profunda envidia que uno siente por la sapiencia y el estilo de relatarlo que posee el autor, es que podría no haber sido así. No era obligatorio que todo se confabulase para Hitler llegase al poder, no. Aún existiendo la crisis económica de 1929, la sensación de la “puñalada en la espalda” de muchos alemanes por la revolución del Noviembre de 1918 y la derrota en la I Guerra Mundial... No, pudiera haber sido de otra manera, y es realmente difícil que fuese peor de lo que resultó. Lo que también muestra el libro es la torpeza de la entonces clase dirigente alemana. Los Von Pappen, Hindemburg, von Schleicher, Brunning, los industriales, el ejercito.. todos minusvaloraron el papel del NSDAP y de su líder. De hecho se llega a plantear que darle el gobierno a Hitler supondría introducirle en el redil, domesticarlo, controlarlo y aprovecharse de su movilización popular para apuntalar el régimen, ya agujereado por todas partes. No supieron, o no quisieron, ver lo que se les venía encima, y creo que pocas veces se ha cometido un error de cálculo estratégico tan devastador y de consecuencias tan horribles como en aquellos días de finales de 1932 y comienzos de 1933, aunque claro, esto es muy sencillo decirlo a posteriori, como siempre.
En la soberbia biografía sobre el personaje escrita por Ian Kershaw, recientemente reeditada por Península (su dimensión, dos tomos enormes, y profundidad asustan, pero si pueden léansela) hay una foto de este “día de Postdam” como lo titula el autor en la que Hitler aparece saludando a Hindemburg, reverenciándolo, y refleja una ironía y una crueldad absoluta. Frente a un caballero del siglo XIX, ya ajado y que ve como la vida se le escapa sin haber logrado la gloria para su Alemania, un individuo desconocido se postra ante él, planeando mientras mira al suelo como destruir todo lo que le rodea, como hacer realidad ese “camino que traza para él la providencia” en sus propias palabras. Un día que cambió el mundo, que casi lo arrasa.
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