martes, mayo 06, 2008

15.000 muertos

La cifra es mareante, pero aún no me hago a la idea de lo que significa. El paso del huracán Nargis por Birmania ha provocado ese saldo de muertos, por ahora, ya que es probable que crezca con el breve paso de las horas, y es de suponer que los heridos se contarán por decenas de miles. Casas, ciudades, campos de cultivo, incluso parte de la capital Rangún, todo ha quedado arrasado por el paso de un enorme temporal, en un país cerrado y amordazado, que lo que menos necesita es una devastación como estas

La última vez que Birmania salió en las noticias fue en Septiembre del año pasado, con motivo de las revueltas de los monjes budistas contra el régimen militar que gobierna férreamente el país desde hace décadas. Veía en Bruselas como los “Burma monks” se manifestaban bajo intensas lluvias, simples chaparrones para lo que ha llegado, y en aquel caso el saldo de al noticia también se expresaba en víctimas, esta vez fruto de la represión de la dictadura birmana, que incluso ha cambiado el nombre al país. Ahora lo denominan Myanmar, pero de momento seguiré usando el clásico Birmania. La cuestión es ¿Cuánto son 15.000 muertos? Viniendo de pasar el puente como yo lo he hecho de una localidad con 7.000 habitantes censados la cifra es enorme, y en todo caso difícil de imaginar en forma cadavérica. No deja de ser una de esas noticias que nos quedan muy lejos (¿dónde está Birmania? A ver, inicio, programas,
googleearth...) y que no suscitan mucho la atención de la población occidental. Cuando veía ayer las imágenes en televisión tenía la sensación de estar asistiendo a unas de esas catástrofes medievales que asolaban Europa. Unas infraestructuras débiles, un montón de chozas, chabolas y aislados edificios que son presa fácil de vientos de más de 200 kilómetros por hora, que igualmente provocarían destrozos considerables en nuestras cómodas y modernas ciudades. Era volver al medioevo, con la naturaleza desatada y el hombre a su merced, sólo que visto desde la comodidad del sofá y la televisión, como si un extraterrestre hubiese aterrizado en la Europa del siglo XIII y desde su nave observase a los incautos habitantes de las poblaciones costeras de Flandes, por ejemplo, llorar a sus muertos por cada crecida del Atlántico. Y es muy probable que dentro de unos días, o semanas siendo optimista, el eco de este desastre se haya amortiguado lo suficiente, y Birmania no vuelva a aparecer nunca más en nuestras pantallas hasta que otra mala noticia de grandes dimensiones la saque del fondo del baúl en el que se cobijan tantos países, sociedades y problemas, ocultos ante nuestros cómodos ojos.

El único aspecto positivo de este asunto, y cuesta buscarlo, es que la junta militar birmana parece reconocerse impotente ante semejante desastre, e incluso podría aceptar la ayuda internacional, lo que muestra el apego al poder y el desprecio hacia su población de la calaña que gobierna el país. Quién sabe si esa ayuda, ese foco de interés mundial que ahora se fija en el país, sirva para sacar a la luz nuevamente a las fuerzas opositoras, actúe de acicate contra la junta, y a la vez que medios, comida y recursos, los aires de libertad penetren en el país. En fin, qué pena de sociedad, que desastre de país.

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