viernes, mayo 16, 2008

Crisis de pareja

Estando en un café o en un bar, leyendo o mirando por la ventana, y siendo uno incapaz de abstraerse de las conversaciones que le rodean, se pueden aprender muchas cosas, o vivir experiencias, de todo tipo, que sino me resultarían difícil de imaginar. Pese a que esto sucedió el pasado Domingo, no he encontrado hueco hasta hoy para relatarlo, y conste que yo no soy el protagonista. Únicamente el espectador, o el escuchante en este aso, de una historia de parejas que no acaba bien, todo visto desde la óptica de ellas.

Tampoco podía abstraerme mucho, porque las dos chicas, llamémoslas A y B, estaban al lado mío, y era imposible no oírlas. De pasados los treinta, guapas y con clase, las dos hablaban de asuntos intrascendentes hasta que, en un momento dado, B le dijo a A que tenía que contarle una cosa que sucedió esa pasada noche de Sábado, y que pese a ser su obligación decírselo, no lo iba a pasar bien. Al parecer B, junto con otras amigas y amigos, entre ellos el novio de A, estuvieron fueron de copas el Sábado por al noche. En un momento dado, el novio de A empezó a hablar con una desconocida, y al parecer empezaron a mirase, besarse y tocarse en una esquina del bar, de tal manera que B y el resto de conocidos mutuos podía verlo sin hacer excesivos esfuerzos. En ese punto la atención de A estaba totalmente volcada en su amiga y, de refilón, la mía también. En ese momento
yo leía sobre la apasionante historia del desarrollo de la bomba atómica, concentrado en los capítulos en los que Openheimmer y compañía desarrollan el proyecto de Los Álamos, pero me daba la sensación de que la auténtica bomba estaba apunto de estallar justo al lado mío. A, la chica engañada, iba mudando su rostro poco a poco hasta ser triste como un frío cielo otoñal. Empezaron a entrarle ganas de llorar, pero su amiga trataba de contenerla. Poco a poco hablaba, comentando que no era la primera vez que su novio hacía algo similar, pero que había tragado porque le quería mucho, y ella trataba de no agobiarle, dejarle cuerda para andar a su aire cuando el lo desease, para no caer en el riesgo de ser posesiva, agobiante o pesada, y ahora lo que obtenía era eso. Empezó a echarse la culpa a ella misma, y su amiga lo negaba, tratando de que no se cayera en el pozo de la autoculpa. Yo cada vez tenía más ganas de meterme en la conversación, no se si para ayudarlas o qué, pero me daban tentaciones. Además, B, la amiga, estaba diciendo unas frases preciosas, llenas de sentido y que estaban sirviendo de auténtico apoyo a A. aparte de ser guapa, esa chica parecía brillante, y desde me daba la sensación de que hablaba con una sencillez, firmeza y gusto que yo no poseo, por lo que no puedo escribirlo aquí. Comentaba como con su novio a veces ella también tenía la sensación de ser un mercancía, ganado de feria objeto de exposición y subasta permanente, y ahí empezaron a zurrarnos a los hombres.

Porque para B, el instinto nos puede. Podemos querer, amar y sentir, pero en cuanto vemos un par de tetas respingonas se nos van los ojos y abandonamos lo que hacemos. Es nuestro comportamiento, afirmaba B, y las mujeres deben saberlo, y actuar en consecuencia, no dejándose engañar y no dando más oportunidades de las debidas, según decía. A acordó no contestar nunca ya al teléfono a su novio cuando este llamase compungido, pidiendo disculpas, e intuyo que su relación se acabó el pasado Domingo, y con un par de pañuelos en las manos, miraba a B solicitando ayuda, apoyo y cariño, y en esta caso, los recibía a manos llenas de su amiga.

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