jueves, mayo 08, 2008

Tormentas

Hace la típica mañana pegajosa, de calor húmedo y tormentoso, con el suelo mojado y los árboles goteando los últimos restos de la lluvia de la noche. Ayer, a eso de las 23:00, estaba en casa mirando unas cosas y con unas piezas de piano de fondo y empezaron a oírse truenos de fondo, y el ruido de las gotas gordas sobre una calle que estaba ardiendo. Abandoné lo que estaba haciendo, deje la música, y quité al luz, y me puse a oír las gotas, que hacían juego con el piano, y el rumor de fondo de una tormenta de calor tan clásica que parecía sacada de un trigal veraniego.

Me fascinan las tormentas, son un espectáculo impresionante. Hay gente, no poca, que les tiene miedo, y cuando se acerca una, y empiezan a ver los chispazos, mudan el rostro y expresan preocupación por todas partes. Si tuviese buena memoria rememoraría aquí la primera tormenta de mi vida, de la que tengo recuerdo, pero lamentablemente no puedo remontarme mucho en el pasado, porque mis recuerdos me traicionan. Sí hay dos tormentas que recuerdo con especial cariño, ambas en Elorrio, no por su virulencia, dado que fueron “normales” en intensidad, pero tuvieron algo especial. Una tuvo lugar en verano, creo que fue en 1999. Era una noche muy cálida, y yo estaba en mi habitación oyendo “los colores de al noche” una programa de radio Clásica que me abrió al fascinante mundo de la música antigua y barroca. La sintonía de arranque del programa era el rumor lejano de una tormenta y una cortina de agua, y tras ella, en ese día, la emisión se completaba con piezas corales de
Josquin Des Prés. De mientras el coro cantaba y yo ni me creía lo bonito que era lo que escuchaba, empezaron a verse rayos de verdad detrás de Amboto. Y allí, en la ventana de mi cuarto, a oscuras, con la música de fondo, la tormenta se acercaba, y en media hora escasa llegó, y roció todo, y fue precioso. Todo perfecto excepto por el detalle de la iluminación. Las farolas, esas compañeras de al noche, tiñen las nubes de un naranja horrible. Hay que huir muy lejos de las ciudades, y viviendo en Madrid ni me imagino hasta donde, para escapar de su influjo y lograr ver (si se puede decir así) una noche oscura. Sólo he podido disfrutar una vez del espectáculo de una tormenta así, sin luces callejeras, y para eso tengo que remontarme al verano de 1996, y recuerdo el año porque en la tele estaban echando unos reportajes de olimpiadas pasadas como anticipo de los juegos de Atlanta. En un momento dado una tormenta llegó, y un rayo perdido tuvo la fortuna de dejar a casi todo Elorrio a oscuras, o desde luego a todo lo que tengo en el frente de mi casa, y entonces empezó el espectáculo de verdad.

Porque no nos hacemos a la idea, y cuesta imaginarse la impresión que produciría a las gentes una tormenta en una época en la que no se había inventado la luz artificial. Los rayos brillaban poderosos, sin que nada los amortiguase en aquella tétrica noche, digna del mejor cuento de terror gótico, y podía palpar la sensación de descubrir lo poco, lo pequeño e insignificante que es uno en relación a todo lo que te rodea. Y en aquella noche, asomado por la venta, sólo los impenitentes gritos de mi madre diciendo que la cerrase y que me metiera dentro competían con el fascinante espectáculo que se desarrollaba ante mis ojos.

1 comentario:

MMO dijo...

No viene al tema pero te va a gustar, que lo se, pirata :) :)

http://deputy-dog.com/2008/05/05/gephyrophobiacs-look-away-now/

Saludos