Sí, ya estamos en verano, desde las 7:46 de la mañana de ayer, aunque alguno pensará mirando al termómetro que estamos instalados en la canícula desde hace varias semanas. Desde luego es curioso, en Diciembre hace frío yen Junio calor, qué cosas más raras, incluso salen por la tele un montón de termómetros callejeros, de eso que han Madrid han exterminado y así no puede saber si te estás asando o solo cociendo poco a poco, bajo los cuales una curtida periodista (sic) pregunta a un anciano que cómo combate al calor, y este responde, bajo un sol de justicia, que estando a la “sombrita” que es más dicharachero y veraniego.
Así, no con objeto de conmemorarlo expresamente, el Sábado por la tarde me fui al parque de las tetas, uno de los lugares menos conocidos de Madrid, pero poseedor de una de las vistas más soberbias de la capital y su entorno, con objeto de ver ponerse el sol, curiosamente en al última noche de primavera, la más corta del año (no, la más corta no es la de San Juan, sino la del solsticio). Las colinas que conforma en parque en cuestión mostraban todavía los restos del botellón de la noche pasada, con abundancia de latas, botellas y cubertería de plástico de todo tamaño y pelaje. No esperaba una puesta de sol relajada, pero quizás que hubiese menos gente, porque desde luego esa tarde aquello estaba atestado de gente, y no exagero cuando cifro en no menos de cuarenta los que nos encontrábamos en el montículo en el que yo estaba aposentado. Lo cierto es que la cifra era alta porque había dos grandes grupos, uno de ellos más o menos joven formado por unas quince personas, y otro de entorno a los diez, en lo que parecía una reunión de familia acompañada de amigos. Tanto un grupo como el otro iban provistos de mantas, cestas de picnic y provisiones de bebida abundantes, mientras que el resto de los presentes éramos bastante más “aficionados” en lo que hacía a pasar la tarde sobre la hierba. Yo no llevaba nada comestible, y los demás que allí estaban, en grupos de dos a seis personas, no dejaban de trajinarse refrescos o litrona, lo que surgiese o apeteciera en el momento. Poco a poco el sol iba cayendo sobre el horizonte y a eso de las 21:20 era un disco amarillo al que no le quedaba demasiado para meterse. El grupo de diez charlaba amistosamente, y en una de estas, uno de los señores que lo conformaban, el mayor de todos, empezó a decir unas palabras al resto de sus acompañantes en plan discurso que no pude oír. Abrieron unas botellas de cava y sacaron un montón de copas altas de plástico. Llenaron sus copas de cava y en ese momento el señor sacó una edición del “Sueño de una noche de verano” de Shakespeare, por lo que pude distinguir de la solapa, y leyó un pasaje a los presentes que no se a que parte de la obra correspondía, pero que no dudé en relacionarlo con la noche de que se trataba. Habían ido allí a celebrar la última noche de primavera, o el inicio del verano, lo que prefieran. Acabado el pasaje, brindaron entre ellos y bebieron el champán de sus copas entre muestras de alegría similares a las de una mesa de invitados de una boda.
A eso de las 21:38 el sol se puso, en una imagen bellísima, y no se si porque era el momento adecuado o simplemente por gusto, pero una señora de las del grupo pidió una repetición del pasaje, y hay fueron todos a repetir el ritual, llenando sus copas, oyendo las palabras del declamante al viento, brindando y bebiendo nuevamente, ya con el sol oculto tras la sierra, y con el resplandor de las primeras luces nocturnas de la ciudad encendidas. La verdad es que era bastante bonito verles, y me gustó la idea de la celebración, porque es cierto que no todos los días comienza el verano, y creo que aquel grupo de personas le inició muy bien. Espero que lo disfruten.
1 comentario:
Saludos a Mercadono y ¡Lávalo!
Publicar un comentario