El Sábado por la tarde, agotado tras un paseo que se hizo más duro de lo previsto, y con los brazos y piernas rojos por un sol que parecía no golpear, pero que me estaba dando una tunda de impresión, fui al cine a ver la película que los suecos han hecho sobre su último éxito literario, la primera de las novelas de la llamada trilogía Milleninum, esa con el título tan bonito de “Los hombres que no amaban a las mujeres” cuyo autor, Stieg Larsson, recordemos que falleció prematuramente y no pudo ver publicada ninguna de sus novelas.
La película está bien, pero no pasa de ahí. Es cierto que fui a verla en versión original en sueco, y a veces tenía la sensación de estar en el bazar del IKEA en vez de en el cine, pero a lo que iba. La cinta se centra en el caso policiaco que se explica en la novela, pero no indaga mucho más allá en otras claves del libro, como la corrupción y la estafa económica y política que están presentes en la aparentemente modélica sociedad sueca, o los riesgos del activismo en la prensa y la búsqueda de la noticia, encarnados en Michael Blomkvist, el periodista protagonista de la historia, cuya vida en la película no son más que retazos de la compleja existencia que relata el libro. Lo que sí es igual en ambos medios es el hecho de que el gran descubrimiento del libro, ese personaje llamado Lisbeth Salander, se come al periodista llamado a ser el héroe de la historia. En la película el actor que interpreta a “Kalle” Blomkvist lo hace correctamente, aunque sufre una especie de falta de expresividad que le hace suponer a uno que no es necesario que nieve en Suecia para que uno allí se muera de frío. La actriz que encarna a Lisbeth se curra el papel, que ciertamente está lleno de escenas duras y escabrosas, y eso que está suavizado respecto al libro, pero acaba logrando transmitir con su mirada ese oscuro y violento pozo de amargura que desborda el carácter de Salander, que la llena de rabia respecto a lo que la rodea, y la convierte en un ser aparentemente antisocial, cuando está llena de elementos y dones que la permitirían triunfar en cualquier puesto que desempeñe. Independientemente de su aspecto y estilo, que no les negaré, me produce una atracción y un morbo absolutamente irresistible, Salander representa a una heroína muy real. Lejos de los cliches habituales que presentan al héroe protagonista como un ser fuerte con oscuro pasado pero que logra redimirse, Salander es fruto de una vida cruel y oscura, en la que los abusos, la violación, la humillación y el desprecio de los demás ha generado a un ser dotado de una rabia y una coraza enorme, cuyo fin es el de sobrevivir y protegerse, y para el que lo más parecido a la redención es la huída. En el libro es un heroína en todos los sentidos, pero involuntaria, renegando de su papel, y mostrando un código de conducta y moral realmente propio, seguramente incorrecto y negativo desde muchos puntos de vista, pero real y efectivo. Llega un punto en el que el espectador, como el lector y el propio Blomkvist, ya no sabe si admira a Lisbeth o la teme.
Y es que, por encima de otras consideraciones, Lisbeth es el gran acierto de esta historia, el personaje total, absoluto, por el que muchos autores pasan años devanándose los sesos, y que sea cual sea el futuro de estas novelas, acabará por hacer un hueco en la historia de la novela al desaparecido Larsson. Así que ya saben, si quieren ver una película policíaca algo rara y fría, vayan al cine, pero si quieren sumergirse en el onírico, perturbador y fascinante mundo de Lisbeth, hagan músculo, cojan las novelas y zambúllanse en ellas. No se arrepentirán.
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