Ayer Domingo, en compañía de unos amigos de Elorrio residentes en Madrid, y de otros amigos de Elorrio de visita por estos lares, vi la exposición que, dedicada a Joaquín Sorolla, es el acto principal de la programación del Museo del Prado. Digamos que, como en las juntas de accionistas, fuimos en segunda convocatoria, porque nos pasamos el Sábado por la tarde por allí pero ya no quedaban entradas para ese día, por lo que mi consejo es que vayan pronto, a eso de las 10:00 y podrán escoger, o sino, tiren de Internet, que va será lo más cómodo.
La excusa de la exposición es la presencia en Madrid de los paneles que Sorolla pinto para la Hispanic Society de Nueva York, que han salido por primera vez de su sede con motivo de unas obras de restauración y llevan un tiempo de gira por España. De hecho yo los vi en Bilbao en Octubre. A diferencia del caso Bilbaíno, el Prado ha echado la casa por la ventana, y junto a los paneles, sitos en el segundo piso de la ampliación de Moneo, ha llenado las salas del primer piso de este nuevo edificio con una antológica de la obra del valenciano que es difícil que pudiera ser más exhaustiva y completa. Con fondos provenientes del propio Prado, del Museo Sorolla de la calle General Martínez Campos de Madrid (visítenlo, es un lugar encantador) y de fondos privados y numerosos museos de todo el mundo, el visitante se encuentra con un despliegue de las características que han hecho famoso a Sorolla en el mundo entero. La luz, el Mediterráneo, el paisaje humano, pero todo ello elevado a la máxima potencia. Durante años gran parte de la crítica ha ninguneado a Sorolla, acusándole de pintar escenas costumbristas, anticuadas o simplemente pasadas de moda, y encima eran cuadros que gustaban a la gente normal y corriente, síntoma que algunos veían como si fuese el producto de un arte chabacano y popular, nada refinado. De hecho ha tardado bastante Sorolla en ver una exposición como esta en el templo del Prado, siendo un autor español reconocido en todas partes. Si la excusa de los paneles ha servido para reparar este error u olvido, pues bienvenida sea. Intuyo que Sorolla estaría muy orgulloso de ver sus cuadros cubriendo las paredes de un lugar que para los pintores es algo así como el paraíso, y los descendientes del pintor, cuyos retratos de familia se exponen en la muestra, podrán sentirse igualmente orgullosos, y así lo han manifestado en algunas entrevistas concedidas con motivo del inicio de la exposición, Es curioso, pero en cierto modo el visitante asiste, en un tramo de la misma, a contemplar la imagen de los hijos y demás familia del autor, cuadros que quizás fueron ideados para ser conservados de manera íntima, y que ahora todos podemos ver, lo que no deja de ser un hecho curioso, una pequeña violación de la intimidad privada en aras del deleite público.
¿Y qué tal me ha parecido la muestra? Pues que quieren que les diga. Es preciosa. Los cuadros, las imágenes, los colores, todo destila una bellaza, una luz y una alegría que es como la imagen del verano enmarcada. Salí encantado de la salas, pero me alegró mucho poner la oreja y oír a algunos de los que me rodeaban, de diversas edades, procedencias y seguramente gustos, decirse mutuamente al oído que lo que estaban viendo era precioso. Y es que no hace falta ser un crítico ni nada para darse cuenta de que Sorolla es, simplemente, bello.
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