Lo confieso, no me gusta el tema del aborto. Es serio, complejo, y como le contaba ayer a una buena amiga por correo electrónico, cuando juego en la bañera a hacer el “sanex” con la esponja en mi barriga no pienso en si será rubio o no, sino en todo el chocolate que he necesitado para generar esas curvas. Si a ello sumamos los disparates diarios de Bibiana Aído el debate se convierte en una trifulca de bar, como todo en España, y en este caso sobre un asunto serio donde los haya, en el que está en juego la vida del no nacido y la estabilidad emocional de la posible madre y el resto de su entorno familiar, los “interferidores” según el presidente.
Quién faltaba por hablar en este debate y aún no había metido la pata era la iglesia, pero ha recuperado terreno tanto en el campo del discurso y como en el del ridículo. El Cardenal Cañizares, antiguo responsable de la Diócesis de Toledo y actualmente prefecto de la Congregación por el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en el Vaticano, ha dicho literalmente que “"no es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios con los millones de vidas destruidas por el aborto".” Lo de los colegios iba en referencia al estudio publicado en Irlanda que detalla los abusos cometidos a menores en instituciones católicas en ese país durante décadas. Vamos por partes. El aborto puede ser considerado de muchas maneras, como delito o no, como mal humano o no, pero no tiene sentido compararlo con otro mal. Es como si yo me cargo a mis padres y dijese “sí, ha estado mal, pero el otro día asesino a cuatro vecinos y aquello sí que fue terrible”. De la equivocada frase de Cañizares no solo se desprende una equiparación sin sentido entre esos dos problemas, ambos angustiosos, pero no medibles entre sí, sino que se sobreentiende una sensación de minusvaloración de lo sucedido en Irlanda, que es muy grave, no sólo por lo delictivo del caso, que también, sino por la inmoralidad y, si se puede usar el término, el pecado que supone el haber cometido esos actos crueles y perversos. La iglesia puede mantener en el asunto del aborto la postura que considere conveniente, como puede hacerlo todo el mundo, por mucho que le pese a Bibiana, pero en los asuntos en los que ha obrado mal no tiene otra opción más que depurar responsabilidades, si es que, como en el caso irlandés, los abusos han prescrito como delito en muchos casos. En ese aspecto creo que hay delitos como el asesinato, el genocidio, y los temas relacionados con la pederastia que no prescriben. Nada se puede hacer para devolver la vida a un asesinado, y nada para recuperar la infancia destrozada de un niño abusado. Trinidad Jiménez, la ministra de Sanidad, que hace bastante bien su trabajo pese al problema que supone compartir riesgo con una incompetente como su “compañera“ Carmen Chacón, ha calificado las palabras de Cañizares de graves, y creo que está en lo cierto. Me da que al jefe de Cañizares, el Papa Ratzinger, estudioso y combativo enemigo del relativismo moral, las palabras de su subordinado no le han debido gustar nada, pero creo que en estos momentos Benedicto XVI no manda nada en la iglesia, y su papel cada vez está más difuminado entre el griterío de algunos de sus segundos, que no dejan de decir cosas a cada una más incomprensibles.
Como corolario, y quizás explicación, en España tenemos un problema en el que durante años la iglesia ha mostrado una hipocresía y falsedad profunda. Por no remontarnos a los palios, la actitud de comprensión, cuando no de apoyo, de la llamada iglesia vasca a ETA y el silencio cómplice y cobarde del resto de la jerarquía nacional se ha justificado, durante años, a base de un relativismo moral como el expresado por Cañizares en el que, al igual que los abusos, los asesinados por el terrorismo no parecían ser buenos cristianos, y su dolor era comparable al sufrimiento del oprimido pueblo vasco, como se ha podido entender varias veces desde algún púlpito. En fin, algunos debieran hacérselo mirar, y confesarse muy en serio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario