No se si se atisban brotes verdes en esta crisis, como repiten machaconamente todos aquellos que quieren ser parte del gobierno, estén en él o no. De momento sigue habiendo en este oscuro bosque ramas rotas y hojas secas a las que el vendaval de la crisis rompe y se las lleva como si fuesen huecas. La última posible víctima, tras varios meses de dudas y negociaciones, es un gigante, un nombre, una marca que en sí misma encarna muchos de los valores norteamericanos y es un emblema del país. General Motors (GM) se va a la quiebra.
De hecho ayer, tras anunciar la falta de acuerdo con sus acreedores, se hundió un 20% en bolsa. GM no es sólo un de los llamados gigantes de Detroit, la ciudad del automóvil, sino probablemente la mayor empresa del mundo. No recuerdo las cifras de memoria, pero sus volúmenes de facturación, ingresos, personal y demás la convierten en un pequeño país por sí misma. En Europa GM funciona a través de dos marcas, Opel y Vauxhall, esta última corresponde al mercado inglés. La Opel, originariamente alemana, fue adquirida hace ya mucho por GM, pese a que cuando se empezó a comercializar en España se seguía aduciendo su origen de ingeniería alemana como seña de prestigio. En nuestro país Opel posee la gigantesca planta de Figueruelas, cerca de Zaragoza, donde se montan los Corsa y el monovolumen Meriva. Esta planta es la principal industria exportadora de Aragón y es el motor de crecimiento de la región y de muchas zonas adyacentes, donde se sitúan decenas, miles de empresas auxiliares y de componentes que surten de alimentación a ese monstruo. Pues bien, Opel se vende. En un intento por adelgazar, quitarse deudas y tratar de sacar algo de efectivo GM se va a deshacer de Opel, y algunos de los posibles compradores son la italiana Fiat (sí, sí) y otras empresas de origen chino y canadiense, esta última especializada en la fabricación de componentes para automoción. De producirse esta venta es probable que haya recortes de producción y empelo en toda Europa en la marca del círculo, y eso afectará de una u otra manera a Figueruelas. Así que ya tenemos otro punto donde las hojas se marchitan y el brote verde se convierte en espina. Visto con perspectiva el desastre de GM puede ser explicado con cierta lógica y coherencia, pero hace pocos años nadie hubiese sido capaz de afirmar que GM quebraría, Chrysler estaría al borde igualmente de la quiebra y Ford se debatiría entre las pérdidas y el miedo. Las tres grandes marcas norteamericanas, el símbolo de una época de pujanza industrial sin límites, abocadas a reducciones de plantillas, cierres de factorías y, en general, una cura de adelgazamiento similar a la que sufrieron las acerías y la industria siderúrgica en los setenta y ochenta del siglo pasado. Todo ello está provocando, según he leído por ahí, que la propia ciudad de Detroit se esté vaciando. Al parecer hay montones de casas y edificios vacíos, abandonados a su suerte por propietarios que, arruinados o sin esperanzas de encontrar nada en aquel lugar, se han ido.
¿Es bueno que esto ocurra? A corto plazo no, es doloroso y difícil, pero el gobierno Obama debe evitar caer en la tentación de regar con ayudas indiscriminadas a un sector que ha cometido errores, y que debe pagar por ellos. Seguramente en unos años estas marcas, saneadas y más ajustadas a su competencia, con inversión tecnológica y fabricando productos más competitivos, puedan remontar el vuelo, pero si el mercado dicta que se estrellen deben hacerlo. Debemos ayudar a la gente que se quede en paro, pero las empresas que no sobreviven deben caer, sean grandes, pequeñas o históricos gigantes como GM.
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