Hoy es un día histórico. Este adjetivo se usa en exceso, refiriéndose con él a todos los partidos que se disputan cada semana o a cada discurso que un político, mejor o peor dotado, pronuncia los Lunes y Miércoles, y si me apuran los Viernes. Por ello es una palabra desgastada y que no tiene ya la fuerza que debiera. Sin embargo hoy, 5 de Mayo de 2009, lo es realmente, porque si todo se desarrolla con normalidad, un hombre llamado Francisco López Álvarez, socialista, vasquizado como Patxi, se convertirá en presidente del Gobierno Vasco, en Lehendakari.
Hoy se acaban los treinta años de dominio absoluto del PNV sobre el Gobierno Vasco, de regencia, de régimen nacionalista. En virtud de un pacto similar al que desalojó a CiU o del gobierno de Cataluña o al PP del de Baleares y Galicia, el PSOE y el PP votaran a favor de la investidura de Patxi López y mandarán al PNV a una oposición que no conoce ni intuye como es. La llegada de López es el triunfo de, valga la redundancia, los “López”, los vascos sin cuna, sin raíces, sin montañas de apellidos euskaldunes ni RHs ni tonterías de esas, que en muchas ocasiones fueron (y son) tratados como usurpadores por parte de aquellos que se arrogan el derecho a regir “esta tierra” como la llaman, apegados a un concepto de la nación anclado en mitos y tradiciones que si en el siglo XIX eran rancia y en el XX fueron mortalmente peligrosas, en el XXI son, junto a todo eso, trasnochadas y, sencillamente, estúpidas. La llegada de López se produce en un lugar donde, como es sabido, un grupo terrorista mata con un componente racista digno de estudio, porque frente al racismo clásico del blanco frente al negro, o el oriental, ETA mata al español, al no vasco, al que ella considera como impuro. Hasta ahora, para los ojos de ETA, han gobernado los sucios, vascos algo traidores, remolones y que parecen avergonzarse de sus orígenes. Así, durante estos treinta años, el Gobierno Vasco, dotado de instrumentos enormes, tanto en lo político como en lo económico y lo social, no se ha enfrentado a ETA con todas sus fuerzas, y de hecho no ha acabado con ella. El marasmo nacionalista, que impregna a toda la sociedad vasca, ya por mera ósmosis y pesadez, se ha acostumbrado a la presencia de ETA y de su mundo en todas partes, y sectores no sólo del gobierno la han introducido como un referente del paisaje. Sindicatos, grupos ecologistas y sociales, y otras instituciones han jugado un papel mendicante cuando no sumiso a los dictados de la banda, y que decir del vergonzoso papel desempeñado por eso que se hace llamar iglesia vasca. Esta pasada semana salía una portada en El Correo en la que los obispos de Bilbao y San Sebastián, Blázquez y Uriarte, portaban una camiseta del Athletic como apoyo ante la próxima final de la copa. ¿Cuándo estos señores han portado juntos un emblema en el que se diga ETA NO? Nunca, y su profunda y obscena cobardía es un síntoma claro de lo que sucede en muchos estratos de Euskadi. Que no espere nadie que Patxi López cambie esto de un día para otro, porque llevará mucho tiempo el lograrlo, y será una aventura llena de riesgos y, puede ser, lloros, pero es una muestra de que lo imposible puede suceder, incluso en el País Vasco
La llegada de López supone la salida de Ibarretexe, que quién sabe si hoy anunciará su abandono de la política, según dicen algunas fuentes. De perfil técnico y gestor, su mandato se ha caracterizado por un mesianismo absoluto, un desconocimiento completo de la pluralidad de la sociedad a la que debía dirigir y una manera de gobernar en la que, pese a su probable buena intención, dominaba la idea de que una parte de los vascos eran buenos y otros no. Hoy se abren las ventanas en el País Vasco, y cada día que permanezcan abiertas será una nueva oportunidad para airear un lugar que tanto necesita ese soplo de libertad, paz y alegría que, durante muchos años, demasiados, ha estado encerrado.
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