Supongo que ya saben por los telediarios del fin de semana que la noche del pasado Viernes cayó una potente tormenta sobre Madrid. Es lo bueno de vivir en la “capi”, que en lo que otros sitios no llegaría a ninguna parte aquí se convierte en noticia de los informativos. Llevábamos varios días de calor sofocante, bochornosos, y aderezado cada vez más con nubes por la tarde, y un día sí y otro también parecía que iba a haber tormenta. Deseando estaba yo de que llegase, y vaya sí lo hizo.... y sobre mi.
Tras cenar la noche del Viernes en casa de un matrimonio de personas amigas, y santas donde las haya, salí de su casa a eso de las 00:10 más o menos y DCM, el marido, me acompañó hasta la verja que separa el jardín comunitario de la urbanización de la acera que dista menos del metro. Allí, al despedirnos, vio mi amigo algún rayo en las nubes que cubrían el cielo, y que daban a la noche un tono de bochorno cargante digno de ser rasgado. Fui a la boca del metro deseando llegar a casa para ver desde allí l atormenta, aunque tenía mis temores de que pasara de largo y me quedase sin el espectáculo. En eso iba pensando en el metro de mientras que una cuadrilla de adolescentes estaba en mi vagón riéndose y celebrando la mayoría de edad de una de las componente del grupo, la más alta, guapa y desbocada de todas las chicas que lo componían. Me daba que aquellos les importaba tres narices si había tormenta o no, porque carga nubosa ya llevaban encima, y visibilidad reducida también. Tras el intercambio en la Avenida de América y las paradas de rigor de la línea que me lleva hasta casa, subí las escaleras mecánicas a eso de las 00:50 con un temor cada vez mayor de que todo el tiempo que había pasado en el metro era tiempo perdido, espacio en el que los rayos habían caído y, como se dice del árbol que cae en medio del bosque y nadie lo ve, no habían sucedido para mi. En eso pensaba cuando franqueé las puertas de la estación y encaminado a subir las escaleras que dan a al calle me di cuenta de que la tormenta no había pasado de largo, sino que estaba completamente desatada sobre mi barrio. Me quedé un momento resguardado viendo como unas enormes gotas caían sobre los últimos peldaños, completamente empapados, mientras los árboles de la parada se agitaban como locos y el resplandor de un continuo de rayos se veía perfectamente pese al foco que señala en el exterior la parada del metro........ Mierda, no es justo. Toda la semana esperando que caiga la mundial y justo ahora, en mangas de camisa, me pilla el chubasco.... o sí es justo, pensará alguno, que después de haberme oído insistentemente lo bellas que son las tormentas y lo necesario que es que empiece una lo que me merecía es que me cayese la más gorda encima de la cabeza, y eso es lo que amenazaba con suceder.
Tras uno o dos minutos de espera, y viendo que aquello no amainaba en absoluto, me dije a mi mismo que a por ella, y subí los escalones y me puse a correr suavemente los metros, algunos cientos, que separan la boca del portal de mi casa, camino cubierto de árboles pero no de aleros, que dan sombra ambos, pero los segundos protegen de al lluvia pero los primeros no. Llegué al portal empapado de lluvia por fuera y de sudor por dentro, porque no hacía frío pese al chubasco. Ya en el hogar me cambié y duche, pero ahí fuera seguían los rayos, y no pararon hasta pasadas las 2, cuando yo ya estaba en la cama, satisfecho tras haber conseguido, al fin, ver parte del espectáculo desde mi ventana.
1 comentario:
Nos alegramos que llegaras bien a tu dulce hogar...pero ya te lo decimos;mira que las tormentas no son buenas y tienen sus riesgos...y tú claro, provocando e incitando a las nubes con una obra de arte de igual motivo bajo el brazo... ¿Llegó bien?.
Esperamos que disfrutaras del espectáculo, la próxima vez te prestaremos un paraguas o un pararrayos quizá, je, je.
Sres. de Silos.
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