Esta semana, y prosiguiendo con la escalada de lo que podríamos denominar actos hostiles, que tienen mucho también de propaganda para el consumo interno, Irán mostró al mundo su poder tecnológico lanzando con éxito un misil tierra tierra con un alcance de 2.000 kilómetros. Su capacidad le permite tener a tiro a países como Israel, lo que pone un ingrediente más picante a la complicada ensalada de la zona, llena de peligros y problemas. Parece evidente que el régimen iraní piensa seguir con su política unilateral de gestos y bravatas pese a la mano tendida por Washington.
El de Irán es otro de tantos asuntos envenenados que Obama ha heredado de la era Bush. Con dos o tres de ellos serían suficientes como para dar unos enormes problemas de cabeza, pero son tantos... Lo cierto es que el proceso de enriquecimiento de uranio desarrollado por las autoridades persas sigue su curso, con miles de centrifugadoras enganchadas, que dado que no quieren ser usadas como lavandería internacional es probable que acaben sirviendo para que Irán se haga con el combustible nuclear necesario para el arranque de una planta de energía civil o para elaborar una cabeza de misil, y entonces el problema se habrá escapado de las manos. Cada vez que el presidente Ahmadineyad sale a dar una rueda de prensa lo hace con un decorado idílico, lleno de flores y carteles de colores alegres, pero sus palabras suelen poseer una monotonía y reiteración digna del ya jubilado Ibarretexe. Irán, con millones de jóvenes que no vivieron la revolución, frustrados por el nulo despegue económico del país y sometidos a una rígida teocracia dirigida por ancianos intransigentes que impiden pensar y hacer las cosas más normales de la vida, se enfrentará tarde o temprano a una crisis social, una revuelta, una revolución si así se quiere llamar. El lanzamiento de ese misil puede así ser interpretado como una muestra del orgullo patrio frente al enemigo exterior, con vista tanto de dar ilusión a la población, y que vea lo moderno y competitivo que es el país, como un ejercicio de desafío, en el que el gobierno lanza el mensaje a su pueblo de que está preparado para defenderse del enemigo exterior, ese Satán imperialista encarnado por occidente que desea destruir las esencia de Ala. Este doble discurso es más viejo que la pana, y me recuerda mucho al que, viendo el NoDo, destilaba el régimen franquista. Allí era la conspiración masónica y el comunismo el enemigo exterior, la fuente de todos los males, y las presas, el desarrollismo industrial y el 600 la muestra de la fortaleza del pueblo español y de su capacidad de trabajo para vencer a toda esa horda de invasores exteriores. Los tiempos han cambiado, pero por lo que se ve las dictaduras usan siempre los mismo recursos, y sorprendente y tristemente, con efectos igualmente beneficiosos para los líderes de las mismas. En este deprimente panorama se van a realizar unas elecciones en Irán próximamente cuyo resultado, con algún candidato más prooccidental, puede ser muy interesante, siempre que los guardias de la revolución permitan algo así como el voto libre, claro.
La pregunta más trascendente es, en esta coyuntura, qué actitud debe adoptar ante Ahmadineyad y su régimen la comunidad internacional y, más concretamente, EE.UU. Creo que no se puede permitir, por los riesgos que ello conlleva, que Irán se haga con una bomba atómica, pero quizás ya sea demasiado tarde para evitarlo. Urge que algunas cabezas pensantes diseñen una estrategia de palos y zanahorias que permita conquistar el corazón de los disidentes iraníes y doblegue a los ayatolás y sus tristes sábanas negras, pero, no voy a negárselo, me parece un reto casi imposible.
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