Este año se cumplen veinte desde los disturbios de la plaza de Tian an Men, aquella revuelta encabezada por estudiantes y urbanitas de Pekín que trataban de librarse de al dictadura comunista china, que tuvo como imagen icónica la de un manifestante de pie delante de una columna de tanques, un acto valiente y suicida que, como el conjunto de la protesta, fue reprimido al estilo chino, sin escatimar medios ni violencia. No se sabe nada de aquel manifestante valiente, ni hubo consecuencias visibles de la protesta, ni nadie en occidente se atrevió a hacer nada al respecto.
Y como dice el bolero, veinte años no son nada. Esta semana se ha producido un levantamiento en la provincia china de Xinjiang por parte de los miembros de la etnia Uigur, de religión musulmana, que conviven allí con persona de la etnia Han, la mayoritaria en China. El balance de los enfrentamientos es confuso, porque si algo hacen bien los chinos es ocultar información, pero se relatan historias atroces de luchas raciales sin cuartel, de linchamientos de “Hanes” a manos de “Uigures” y de grupos de “Hanes” que, armados de cualquier cosa, salen a la caza de los “Uigures”. Las cifras oficiales, llamémoslas así, se sitúan por debajo de los doscientos muertos, pero algunos hablan de más de seiscientos. En todo caso una batalla racial de graves proporciones, que ha obligado al primer ministro chino a abandonar la cumbre del G8 que se celebra en Italia para volver a su país e intentar poner un poco de orden en la provincia. Eso, en términos chinos, viene a querer decir que el ejército va a tomar el control de la provincia y al que se mueva, sea de la etnia que sea y profese la religión que desee, se le dispara y ya está. Son los disturbios más sangrientos vivido sen china desde los de hace veinte años en Pekín, superiores en intensidad a los registrados el año pasado en el Tíbet, al calor de la cernaza celebración de los juegos olímpicos. Intuyo que hay que ser un especialista en la zona, y no lo soy, para saber que es lo que realmente sucede con la gente uigur en China, nombre que sinceramente me sonaba muy poco antes de los disturbios de esta semana. Intuyo que sucederá más o menos lo de siempre, una población de distinta religión en un país monolítico como el chino acaba teniendo fricciones con el resto de los habitantes. A esto se le suma su religión, musulmana, y el hecho de que parece haber sectores uigures infiltrados por el islamismo radical, y lo poco amigos que son las autoridades chinas de las soluciones diplomática y ya tenemos montado un polvorín. Cual sea la causa que haga estallar la carga no es lo más importante. La líder en el exilio del pueblo uigur, Rebiya Kadeer, a quien no conocía de nada, acusa al gobierno chino de ser el culpable de lo que pasa en Xiniang, y sus declaraciones muestran, entre otras cosas, la patética soledad en la que viven los uigures respecto al mundo occidental. Su causa, por así llamarla, no la recoge ningún actos, movimiento o fuerza social que la ponga ante los focos y ojos del ciudadano europeo o norteamericano. Como las hemorroides del anuncio, los uigures sufren en silencio, añadido al hecho de que todo el mundo quiere complacer a China con tal de llevarse suculentos contratos, así que me temo que esta revuelta china va a acabar envuelta en el mismo espeso y sangriento silencio que sepulto a Tian an Men.
Parece que un levantamiento sangriento cada veinte años es un ritmo que el gobierno chino puede permitirse, pero creo que, sabiendo muy poco de ese país como es mi caso, China se va a enfrentar a graves problemas sociales con el tiempo. Su dictadura no casa con el desarrollo de las clases medias, cada vez más numerosas, ricas y poseedoras de ansias de libertad, hay cientos de millones de personas desplazadas por el país, y tarde o temprano el régimen sufrirá algo parecido a un colapso. ¿Cómo, cuándo y qué sucederá entonces? Apasionantes preguntas para las que no tengo respuesta, y me temo que sólo el tiempo nos las contestará.
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