El año pasado fue muy benigno en materia de incendios. Junto al derrumbe inmobiliario y a la pérdida de valor de los terrenos para construir en ellos, una de las principales causas de los incendios intencionados, el tiempo fue fresco y húmedo, en un verano muy suave. Este año sigue el parón del ladrillo, pero tras un invierno y una primavera donde ha llovido lo que ha querido y la vegetación se ha disparado, ha llegado un verano de verdad, curioso, como el invierno, y los incendios se han desatado por todas partes. Ahora parece que el más grave es el de Mojácar, pero hay tantos activos que la cosa cambia por momentos.
Lo de los incendios es algo que año a año llega como si fuera una fatalidad. Diré en descargo patrio que en otros países también hay fuegos, y California se ha quemado tantas veces en la tele que no se como sigue habiendo bosques allí. Aquí, que no contamos con un exceso de arbolado, sino más bien lo contrario, la política forestal preventiva de incendios debiera ser fundamental, porque una vez que el fuego se desata atajarlo es difícil y arriesgado, y como ejemplo llevamos ya cinco muertes, más que por la gripe A, por ejemplo. Siempre, en el escenario del bosque humeante, aparecen vecinos y lugareños que denuncia el abandono del bosque durante el invierno, sino durante años, que no hay cortafuegos, que no se quitan los brezos y las hierbas que explotaron con fuerza en primavera y que ahora están mustias tras el sol del Julio. Siempre las mismas denuncias, y sospecho que siempre la misma respuesta. El monte no es muy rentable, las actividades tradicionales que le daban vida y contribuían a que hubiera personas de regular en él agonizan, cuando no están desaparecidas del todo, y en medio de la desidia las fatalidades encuentran su campo abonado. No vamos a poder evitar que rayos, accidentes de tráfico u otros sucesos fortuitos inicien un destrozo, pero que todavía se quemen miles de hectáreas porque hay una cosechadora echando chispas en una época en la que debiera estar vigilado ese trabajo por el riesgo de incendios es algo que clama al cielo. Además, no olvidemos que el destrozo del incendio forestal es algo que tarda muchos años en ser reparado. Los árboles no crecen en un santiamén, como todos sabemos, y el terreno tarda también mucho tiempo en volver a coger la fuerza y vida que poseía antes. Cuando sucedió el desastre del “Prestige” me acordaba de esa gente, y de cómo, en medio de su desgracia, en un año iban a tener sus playas limpias, y frente a ello pensaba en los habitantes de los pueblos que ese año sufrían un incendio, que tras ser apagado, deja un paisaje de cenizas muertas, deforestado y lunar durante años y años, y desde luego sin ninguna cobertura mediática y menos apoyo social y político. Hace ya cuatro años del incendio de Guadalajara, en la cabecera del Tajo, en el que murieron once personas, y del que ahora empiezan a conocerse sentencias y autos judiciales, pero mi pregunta, porque no lo se, es cómo está la zona. ¿Se ha reforestado? ¿Qué aspecto tienen los pueblos y los campos? ¿Lloran los vecinos al mirar por la ventana y añorar las vidas perdidas y los árboles que con ellas se fueron?
Tengo poca experiencia de incendios. Quizá lo más parecido sean los fuegos que tuvieron lugar en Elorrio y alrededores en (¿¿Diciembre??) 1990, con mucho viento sur, poco después de la boda de mi hermana, en los que los pinares que van de San Agustín a Apata desaparecían consumidos por una llamas inmensas, que el viento llevaba a su antojo. De lo poco que recuerdo la imagen es espectacular y da miedo. No me imagino lo que deben estar pasando en Horta de San Juán, Mojácar, Teruel, Cuenca, Treviño...... y que no haya más nombres en la lista, no más.
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