El que Michelle Obama, la mujer del hombre más poderoso, conocido y mediático del mundo esté de vacaciones en Marbella no deja de ser noticia se mire como se mire. Si alguien hubiera pensado en contratar una campaña de promoción de la costa del sol en el extranjero no habría logrado una repercusión similar de ninguna manera, y el complejo hotelero de Villapadierna, resort de lujo que no tendrá falta de clientes, va a poder presumir durante mucho tiempo de haber sido escogido por algo similar a los dioses, en lo que hace a fama y ganancias, para el descanso.
De la repercusión de la visita y la alegría por la misma al comportamiento pacato y embobado hay una línea divisoria que a veces puede ser muy fina. Creo que a principios de semana colgaron unos carteles de bienvenida sobre el arco de Marbella para recibir a la trouppe Obama pero que fueron desmontados a última hora por la sensación que daban de aldeanismo. Desde luego en España estas actitudes siempre se van a medir usando como patrón al película de “Bienvenido Mister Marshall” una joya de luís García berlanga que es buena hasta decir basta (si Berlanga fuera yanqui cuantos Oscars tendría). Tendemos en España a sobreactuar ante las visitas extranjeras, quizás por ese innato complejo de insignificancia y vergüenza que nos hace pensar que todo lo de fuera es mejor, cuando en realidad habrá cosas en las que eso sea así y en otras no. Los años de pobreza y ostracismo del pasado siglo XX nos dejaron un poso de ridículo interior que aflora mucho y muy bien ante vistas de este tipo. Algo muy exagerado sucedió, por ejemplo, cuando hace dos años Woody Allen quiso rodar una película en Barcelona. La verdad es que fue la productora, Mediapro, la de la Sexta, la que quería fichar a Allen, y le dio todo el dinero que quisiera con tal de que rodara algo allí, y Allen hizo exactamente eso, rodó “algo” que puede que sea su peor película, y como en uno de sus trabajos primerizos, tomó el dinero y corrió. El papanatismo se desató en Barcelona y en otras localidades donde se produjo el rodaje, con contraste con la acogida cordial y seria con las que el genio de Nueva York ha sido acogido en Oviedo, donde desde hace algunos años figura una estatua de homenaje. En el caso de Michelle Obama parece que el interés de los poderes públicos y gente en general se centra en usarla como reclamo turístico en un año, otro más, de crisis. De paso puede levantar la imagen de Marbella, una ciudad que está asociada a la corrupción de todo tipo desde bastante antes de la llegada as u trono de Gil y Gil, pero que desde entonces se convirtió en el paraíso de mandantes, recalificadotes y toda clase de parásitos surgidos al calor del boom inmobiliario. El consistorio se quedaría de piedra cuando se enteró de que le habían escogido para esa visita, e incluso llegaría a soñar con al presencia del propio Barack Obama, cosa que finalmente no ha sucedido. Por cierto, es curioso que el matrimonio Obama pase las vacaciones separados, al menos visto desde nuestra perspectiva, donde una situación así desataría todo tipo de rumores conyugales.
Para este Jueves Michelle tiene un programa centrado en Granada, donde visitará la catedral, el Albaicín, el Sacromonte, y ya por al tarde, al Alhambra y el Generalife. No se puede quejar porque todo eso es realmente precioso. No se sabe si posará en el mirador de San Nicolás, en el Albaiciín, desde el que se disfrutan de unas vistas de la Alhambra incomparables (créanme, he estado allí y merece la pena). En los noventa Clinton también se sentó allí, posó ante las cámaras y miró al horizonte, y dicen que le gustó mucho. En fin, que se lo pase bien, que se lleve una buena imagen y recuerdo del país, y felicidades a los que hagan caja a cuenta de todo esto.
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