En muchas partes del mundo suceden cosas todos los días que, de conocerlas, nos dejarían helados. Algunas de ellas escapan del conocimiento local y se convierten en noticia internacional más que nada porque, generalmente, su grado de crueldad o sadismo exceden incluso lo que suele ser habitual en los sitios donde se producen. El caso de la mujer iraní Sakineh Mohammadi Ashtiani es uno de ellos. Ashtiani fue condenada en Irán a ser lapidada por adúltera. Como suena. Pensar en semejante atrocidad repulsa, verdad? Pues es sólo el principio.
Ashtiani tuvo un juicio de esos que no son más que una pantomima. Como para el derecho iraní la mujer no es una persona, aunque no lo diga así, su testimonio no vale como el de un hombre, pudiendo ser incluso condenada sin pruebas, sólo con la acusación del ultrajado marido. Ya en 2006 esta mujer recibió 99 latigazos por ser acusada de mantener relaciones con algún hombre tras la muerte de su marido. Uno se imagina que los latigazos se daban en los barcos con los amotinaos, hombres rudos y sedientos de venganza, pero no es capaz de ver la escena de una mujer normal, en el año 2006, atada a un poste y recibiendo semejante castigo por haberse acostado con alguien… Pero eso, que cosas, no desató escándalo en su momento. Ha sido la pena de lapidación, el rememorar algo que parece sacado del Antiguo Testamento, lo que ha movilizado a eso tan jocoso de la comunidad internacional. Ante las denuncias y el revuelo de Amnistía Internacional y otras organizaciones, el gobierno de Irán, regido por ese dictador infame y con pinta de soso que es Ahmadineyad, paralizó la sentencia de muerte para hacer que la sordina cayera sobre el caso, y con ella la atención internacional, quizás esperando a un momento tranquilo, en medio del verano, para cargarse a Ashtiani. Hasta ayer. Ayer salió Ashtiani en la televisión iraní, aunque lo de “salió” es una forma de hablar, porque las imágenes muestran una mujer (que podría ser otra persona o cosa) cubierta por una tela negra de arriba abajo y con los ojos de la cara pixelazos, en la mejor representación de lo que es portar una cárcel consigo misma. En su aparición, en un programa controlado por el régimen, aunque me gustaría saber si hay alguno en la televisión iraní que no lo está, Ashtiani se confiesa culpable, acusa a su antiguo abogado de haberla engañado y prácticamente sentencia su destino al reconocer todos sus cargos y admitir su pecado de adulterio. Esto roza la perfección de la dictadura. No sólo se pretende asesinar a una inocente, sino que se logra que testifique contra sí misma y ante la televisión. Acusa en esas declaraciones Ashtiani a su abogado de haber dado relevancia internacional al caso y de haberla puesto ante los focos de la prensa y medios de comunicación occidentales. Realmente no era Ashtiani quién hablaba ayer. Ella era un muñeco manejado por un ventrílocuo, una portavoz del régimen de Ahmadineyad, que como esclava sometida, se prestaba a representar lo que torpemente puede ser el último episodio de su ya demasiado penosa vida. Viéndolo ayer desde mi casa no podía dejar de sentir pena y rabia, mucha rabia.
¿A qué torturas habrá sido sometida Ashtiani para que realice semejante confesión? Si se le dieron hace año s99 latigazos en público, que se le habrá hecho ahora a escondidas? El destino de esta mujer está condenado, sea por lapidación o por la horca, versión light de la pena de muerte para estos casos. Y de mientras los actores que si pesan algo en el orden internacional siguen mirando para otro lado, y en Irán cientos, miles, millones de Ashtianis se pudren bajo la bota del régimen opresor. Hace un año tuvo lugar aquella esperanzadora revolución verde. Hoy Ahmadineyad quiere lapidar lo que queda de esa imagen de protesta, y parece que, esta vez, se saldrá con la suya. Mierda.
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