El día que asesinaron a Joseba Pagazaurtundúa fue Sábado, un Sábado de Febrero en el que yo estaba en Madrid. Uno de esos días de invierno soleados y brillantes que esconden el frío bajo los rayos de luz. Había vuelto de comprar los periódicos y estaba en la salita de la casa que, en alquiler, compartía con mi buen amigo MLP, cuando a eso de las diez de la mañana la radio informó de un atentado en Andoain, que tenía muy mal aspecto, de unos disparos en una cafetería, de una posible nueva víctima de ETA.
En esos casos lo que primero que me viene a la cabeza es una palabra nada elegante y fina, me sale un “Mierda” de lo más profundo, y esta vez así fue. Y a medida que a lo largo de la mañana se fueron conociendo detalles de quién era Pagaza, cómo había sido asesinado y, lo que es peor, cómo todo el mundo lo sabía y nadie había hecho nada para impedirlo, la sensación de mierda y asco crecía por momentos. Joseba era una víctima fácil, cómoda para un terrorista. De hábitos regulares, distinguida por ser policía municipal de Andoain, anterior ertzaina, militante socialista hasta la médula y valiente comprometido, tenía todas las papeletas para los cobardes y cómplices hicieran un seguimiento de sus pasos, los etarras actuasen sobre él con esa información, y muchos responsables del anterior Gobierno Vasco y demás autoridades mirasen hacia otro lado. No era de los suyos. El asesinato de pagaza fue una vergüenza colectiva. Una sociedad que permite matar a elementos como él y que mira hacia otro lado no está enferma, simplemente no merece la pena. El funeral de Pagaza fue una rebelión, un acto de ira y de lucha por parte de los que, a lo largo de muchos años, fueron asesinados cobardemente en el País Vasco y a nadie importó. Allí conocimos a las Pagaza, empezando por la madre, Pilar Ruiz Albizu, y la hermana, Maite. Maite Pagazaurtundúa se levantó de los escombros en los que quedó convertida su vida tras el asesinato de su hermano y dio una lección de fortaleza, valor y coraje a todo el mundo. Su decisión expresa de no invitar al funeral a los miembros de un PNV que sabían que su hermano estaba amenazado y nada hicieron fue polémica, pero muchos la aplaudimos en silencio. Las declaraciones ofensivas, insultantes y asquerosas que hizo en esos días Xabier Arzallus sobre la actitud de la familia, que se negaba a callarse y no molestar como al parecer debía ser su papel según ese indigno dirigente fueron contestadas por la madre, Pilar, una señora de muchos años y que aparenta aún más. Mirando a la cámara fijamente y con un gesto de enfado y rabia nada contenida, mandó callar a quien por entonces todo lo mandaba en el País Vasco. Puso en su sitio a Arzallus y a muchos otros, y convirtió su figura, la de su hija Maite y la del apellido Pagaza, en un emblema de libertad y coraje. Honor y Pagaza son dos palabras que siempre habían estado unidas para aquellos que conocían a la familia, pero desde aquel maldito día el resto conocimos su historia, y de aquella mierda de asesinato obtuvimos la valentía y el coraje como para enfrentarnos al terror. Hoy, siete años después, ETA agoniza, y sus cobardes cómplices, escondidos, siguen tratando de asomar la cabeza. No deben lograrlo.
Ayer, siete años después, fue detenido el asesino de Joseba Pagaza. Durante todo ese tiempo el asesino ha vivido a cara descubierta, orgulloso de saberse autor de semejante crimen, si remordimiento alguno y sin sombra que molestase su vida. Al lado de Andoain ha vivido esta joya todos estos años. Pero la impunidad se acaba, tarde a veces, lenta y torpemente, pero se acaba. Espero que Gurutz Aguirresarobe, que así se llama el asesino, vea pasar casi todo lo que le resta de vida en la cárcel, pero aún así nada podrá devolver a Maite Pagaza la sonrisa que perdió el día que mataron a su hermano. La muerte todo lo roba. Que piense Gurutz sobre todo ello en la cárcel.
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