Ya estoy de vuelta tras estos pocos días de vacaciones en los que no ha sucedido nada especialmente trascendente en mi vida, pero noticias sí que ha habido, y muchas, algunas muy malas, como la del atentado contra la base española en Afganistán, que causó tres muertos, y otras esperanzadoras. Quizás la que más interés está causando en el espectador es la odisea de esos mineros chilenos que se hayan quedado atrapados en el fondo de un pozo y que sobreviven aislados allá abajo. Están vivos, y eso es lo fundamental.
Y es que la noticia del derrumbe de la mina parecía ser la típica de estos casos. Fatalismo, escasa inversión en seguridad, accidente impredecible, y tarde o temprano un rosario de víctimas cuyas fotos sólo serían reconocidas por sus familiares. Un par de días de duelo y apenas un apunte en los medios de comunicación que no fuesen chilenos. Pero esta vez, afortunadamente, no es así. Los más de treinta mineros atrapados por el derrumbe están vivos, aislados en el fondo del pozo, sí, pero vivos. Eso ha cambiado la perspectiva del accidente y les ha convertido, muy a su pesar, en héroes, objeto de veneración y de alegría del país al saber de su supervivencia y punto de curiosidad de los medios del mundo entero. La verdad es que la historia tiene mucha miga, porque si todo va bien no se les podrá sacar de allí hasta pasados algunos meses, entre dos o tres depende de que medio se consulte, por lo que durante todo ese tiempo el grupo humano que allí abajo está deberá organizarse, aclimatarse a su entorno y tratar de arreglárselas como puedan. Hay una especie de cordón umbilical que les une a la superficie y que permite enviarles agua y comida, todo ello a través de un cilindro muy estrecho, y gracias a un cable pueden contactar por teléfono con sus familiares, que aún no se creen lo que están viviendo. Poco a poco vamos conociendo algo de esos rostros que antes hubieran sido anónimos, y curiosamente empieza a crearse una especie de sociedad allí abajo. Hablan los periódicos de un líder, el jefe de la cuadrilla de mineros, de uno muy religioso que hace de líder espiritual, del bromista del grupo que alegra al resto, de los que se encargan de la gestión de las provisiones y de usar los medios materiales que se han quedado enterrados con ellos para que les sean útiles, y les proporcionen entre otras cosas luz y calor, etc. Se habla de que algunos mineros padecen de ansiedad y depresión al saberse allí encerrados y tener tan lejos (y tan cerca) la salvación. Desde la superficie se trata no sólo de animarlos, sino también darles las fuerzas morales necesarias para aguantar el cautiverio, porque la sensación de estar en una cárcel, muy real dada la situación, pude hundir a más de uno y quizás desatar brotes de nerviosismo y violencia. Incluso técnicos de la NASA se han acercado a la zona para asesorar a los equipos que trabajan con los encerrados. Parece el argumento de una novela de misterio y supervivencia, el guión de una película retorcida, pero no, está sucediendo en la realidad, en el fondo de de una mina en Chile.
En paralelo a toda esta labor, se ha empezado a excavar el agujero que permita acceder a los mineros y rescatarlos. Es una labor complicada y no muy veloz, aunque nunca será lo suficiente como para calmar a los atrapados y sus familias. Se trata de perforar una vía vertical muy estrecha en un principio hasta donde están los mineros y luego ensancharla desde la superficie, para que pueda entrar una cabina que, a modo de ascensor, los vaya izando uno a uno. Habrá que seguir atentos a las noticias que lleguen de allí, de ese paradójico pozo de esperanza que ah surgido en medio de la nada.
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