Ayer por la noche Obama dio el segundo discurso en el marco del despacho oval desde que es presidente. Si el primero tuvo relación con el vertido de BP en aguas del golfo, este se ha centrado en Irak, en el repliegue de las tropas de combate norteamericanas de aquel país y el fin oficial de su presencia, y con ello de la guerra. Ha dicho Obama que es hora de pasar página, es cierto, pero no nos engañemos, aún quedan bastantes capítulos para acabar el farragoso y sucio libro que es Irak, para los norteamericanos y, sobre todo, los propios iraquíes.
Lo que ha quedado claro, nuevamente, es que los americanos son muy buenos ganado guerras, pero que no saben conquistar países. Su ejército es incomparable, imposible de vencer en campo abierto y puede acceder a cualquier parte del mundo en cualquier momento- Esa superioridad es la garantía de la seguridad del país, y ante enemigos como Irak las operaciones de combate se sustancian en pocas semanas de bombardeos y una labor en tierra de laminación. Sin embargo la guerra moderna se ha complicado mucho, y resulta evidente que en estos años de presencia americana en Irak el país no ha estado controlado por los soldados de ese ejército. Sin llegar al desastre que supone la gestión de Afganistán, Irak ha estado años parcelado, con gobiernos más o menos títeres que en su área de influencia trataban de mantener el orden a cambio de dólares que no estaba muy claro donde acababan. El gobierno del país, y los cuerpos de élite americanos, estaban en la llamada zona verde de Bagdad, el barrio del poder, atrincherados, como defendiendo un castillo de ataques más o menos frecuentes. La gestión de la logística del país ha sido mala, con sistemas como el del agua y la electricidad que siguen sin funcionar, y los extremismos islámicos, tanto chiíes como suníes, parecen estar esperando a que el último soldado americano salga por la puerta para empezar a tomar el control del país. La última película ganadora del Óscar “En tierra hostil” muestra a las claras como “controlaban” el país los soldados, que debían usar más medios e inteligencia propia para defender su propia vida que para hacer cualquier cosa por la población local. La imagen que uno obtenía de esa película era la de unos combatientes asustados, una maquinaria militar formidable entrampada en un conflicto para el que no está preparada, ni tecnológica ni, sobre todo, mentalmente, y un país que en todo momento parece a punto de estallar, como los explosivos que un día sí y otro también se colocan en las calles de Bagdad y de otras muchas ciudades iraquíes. Ganarse los corazones locales es la vía más difícil, lenta, pero efectiva y exitosa de lograr una victoria sobre el terreno. En estos años los EE.UU. no han conseguido eso en Irak, e independientemente de que la causa que motivara la guerra no fuera justa, que ya se vió que no lo era, la gestión del conflicto a posteriori ha sido todo un manual de lo que no debe hacerse en estos casos. Los analistas del Pentágono tienen muchas lecciones para aprender de lo que ha sucedido estos años en Irak, y alguna responsabilidad debieran exigir a Rumsfeld, Bremmer y todos los que pensaron que un paseo militar de verano iba a acabar en lo que han sido siete años de infructuosa ocupación.
Ahora los esfuerzos militares de Norteamérica se centran en Afganistán, guerra que hace que a su lado Irak pareza una villa residencial de la costa española. Si el balance iraquí es malo, el afgano es desolador. Se pueden usar muchos resquicios para evitar asumirlo, pero estamos perdiendo la guerra en Afganistán, y sencillamente no podemos permitírnoslo. Y uso el plural porque nosotros, los españoles, también estamos involucrados, aunque es cierto que como meras comparsas de los EE.UU., y de lo que allí suceda saldremos ganando o, me temo, perdiendo.
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