Han pasado muchos días de protestas y movilizaciones para que las marchas que están haciendo los mineros de Asturias y Castilla y León empiecen a coger algo de protagonismo en los medios. De hecho en el Ministerio de Industria, en el edificio anexo al que me encuentro, hay desde hace dos semanas un grupo de mineros encerrados y que ya llevan algunos días en huelga de hambre. ¿Lo sabía usted? Mucha gente ni se ha enterado, y no quiero pensar lo que pasaría de haber mineros en huelga en u ministerio del PP, la que se organizaría todos los días… o quizás no.
Y es que la mina tiene graves problemas para subsistir como negocio y una mala prensa en estos tiempos ecológicos. Por una parte resulta más barato importar carbón de terceros países que vender el que se explota en nuestro territorio, como sucede con otro montón de productos, cuya fabricación hace tiempo que no se lleva a cabo en España. Esto se ha notado en el desarrollo de la industria minera, que hoy ocupa a menso de la mitad de los empleados que tenía hace una década. Cada jubilación, prematura por lo duro del trabajo, ha sido un empelado menos que no se ha sustituido, y poco a poco se han ido cerrando pozos. Las empresas que ahora siguen en funcionamiento lo hacen gracias a las subvenciones que les da el gobierno para que mantengan en actividad unas zonas y comarcas que, sin el carbón, tienen un futuro igualmente negro. La Unión Europea va a decidir el fin de las subvenciones a las explotaciones deficitarias, fijando como fecha límite para las mismas el 2014, y si no hay cambios, ese será el año del fin de la minería del carbón en España. Al problema financiero se une el medioambiental, y es que el carbón es una energía sucia, yo diría que la más sucia entre las sucias. Su uso en centrales térmicas para la producción de electricidad genera unos niveles de emisión de CO2 insoportables y lo que es peor, muchas otras partículas como metales pesados de alto poder cancerígeno. En un mundo de carteles anunciadores de energías verdes, de molinos al viento y soles radiantes el carbón parece una rémora del pasado. Hay proyectos para general lo que se llama el carbón limpio, expresión en sí misma imposible, que se basan en capturar las emisiones que genera la combustión del carbón para que tenga un impacto nulo en la atmósfera, pero si eso se logra finalmente, cosa que está muy discutida, no deja de ser a día de hoy una mera hipótesis de trabajo. No hay centrales con sistemas instalados de carbón limpio porque aún no funcionan, y el tiempo corre. Así, las centrales españolas de carbón, que prefieren consumir el importado al ser más barato, se enfrentan ellas mismas a un confuso futuro, en el que ya han perdido la batalla de la imagen. De hecho si me dejasen escoger prefiero mil veces una nuclear al lado de casa a una térmica de carbón. Dentro de los riesgos que genera toda actividad la primera está muy controlada, mientra que las segunda es mucho más nociva y nadie hace nada para evitarlo. El futuro de las centrales térmica pasa por el gas y los ciclos combinados, y todo hace pensar que en pocos años ya no se quemará carbón en España de manera industrial, ni el nacional ni el importado. Como verán, todo son malas noticias para los trabajadores del sector, sus familias y comarcas.
Lo cierto es que estas imágenes de protesta llevan mi mente a los años ochenta, a los de la reconversión industrial de la siderurgia y los astilleros. Entonces, al igual que ahora, miles de trabajadores se movilizaron por una causa que creían justa, y quizás lo fuera, pero que no tenía opción alguna. Poco a poco Asturias, el norte de Castilla y León y Teruel deben ir asumiendo que la industria se acaba, que se acercan años difíciles en los que las comarcas deberán reinventarse para no morir, y que las minas van camino del recuerdo y el museo.
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