Fue el propio Felipe González quien acuño la expresión de jarrón chino en referencia a los expresidentes del gobierno en España, porque son valiosos, pero estorban mucho allá donde los pongas, y normalmente no sabes dónde colocarlos. Esta semana ha vuelto a la actualidad con “una de jarrones” por así llamarlo. En sus últimas declaraciones aboga por un pacto internacional para legalizar las drogas y así acabar con el narcotráfico y la violencia que destruye vidas, enseres y países, como está pasando ahora mismo en Méjico.
Es este un debate muy viejo que empieza con varios peros y que, pese a sus buenas intenciones, acaba conduciendo a un terreno enfangado. Como el mismo González señaló, si se produjera algo así debiera ser con un amplio consenso internacional, y en ningún caso como decisión de un solo país, que de hacerlo se convertiría en el centro de consumo y venta mundial de drogas. Las consecuencias sanitarias de esta medida también serían enormes, porque es de suponer que aumentaría el consumo de sustancias y las muertes y enfermedades derivadas de ellas. Como experimento, podemos ver que ocurre con las drogas que ahora mismo son legales, alcohol y tabaco. Poco a poco su consumo se estigmatiza, se mira con peores ojos, y los gobiernos lanzan campañas cada vez más agresivas para que no se tomen. Se debate intensamente sobre los costes sanitarios que provocan y el perjuicio social que suponen, pero están integradas plenamente en nuestra sociedad, para bien y para mal. También tenemos drogas reguladas, como sucede con algunos medicamentos como la morfina, nolotil y otros, que no son más que opiáceos destinados a aliviar el dolor, una manera elegante de esquivar el término “colocarse” que provocan el enganche de los enfermos. Se suministran con receta médica y su consumo está controlado por los médicos, al menos en teoría. Otro aspecto de las drogas es que acaban siendo rentables para los gobiernos, porque son bienes maravillosos para cargarlos de simples y eficaces impuestos. Ese es el motivo por el que el gobierno desalienta el consumo de tabaco pero, a sabiendas de que es nocivo, permite su venta, porque es una joya para las arcas públicas, lo mismo que el alcohol. Hace años era un problema el contrabando de tabaco y su venta ilegal, y en este caso ilegal significa que no se pagaban impuestos por él. En muchos puertos de Galicia se traficaban con miles de cartones y cajetillas de tabaco, y la persecución policial era implacable. ¿Por qué ha desaparecido en gran parte ese mercado negro del tabaco? Creo que por dos aspectos, uno es que el tabaco no es tan fácil de disimular como otras drogas más modernas, y al final el traficante no puede esconderlo de una manera tan sofisticada, por lo que es más fácil de detectar. La otra, y esta es la importante, es que poco a poco el tabaco perdió valor y lo ganaron, y mucho, la heroína y la cocaína, y hacia ellas, a lo más rentable, se encaminó el negocio del tráfico de drogas.
Esto significa que si legalizamos las drogas actuales no se acabará con el narcotráfico, una pena. La cocaína, regulada en un mercado legal, bajaría de precio, perdería atractivo como objeto transgresor (es una estupidez pensar así, pero sucede) y algún laboratorio fabricaría otra droga de diseño más potente e ilegal, por ejemplo, el “frufrú” los cárteles de la coca se reciclarían en cárteles de “frufrú” y empezaría y vuelta a empezar la guerra, en este caso contra el “frufrutráfico”. Lo dicho, buenas intenciones, pero drogas, como tales, siempre las habrá.
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