jueves, septiembre 30, 2010

Un nuevo vecino allá arriba

Esta semana es realmente estelar, y no tanto por el brillo que ha dejado la huelga general de ayer, poco general para ser sinceros, sino por las noticias astronómicas, que me gustan mucho y les doy la relevancia que los medios no quieren o pueden. Hoy se ha sabido que un grupo de astrónomos norteamericanos ha descubierto un planeta con unas condiciones similares a la tierra a escasos veinte años luz de aquí. En términos espaciales eso es la manzana de enfrente. El artículo lo llama “potencialmente habitable” y eso es una expresión que requiere muchas muchas explicaciones.

Yo soy de los que creen, mejor, están seguros, de que en el universo hay vida a parte de la que existe en la Tierra, aunque sea sólo por una cuestión estadística. Es tan inmenso y hay tantos millones y millones de estrellas y planetas que algo habrá. Otra cosa es la presencia de naves extraterrestres dando vueltas por Oklahoma y abduciendo granjeros, eso es un timo. Ahora, cuando digo vida no se debe entender vida como la nuestra. Si nos ponemos a pensar, allá en el fondo toda la bilogía terrestre conocida está basada en compuestos de carbono que usan proteínas para crear estructuras y cadenas de ADN para replicarse. La única excepción que se me ocurre ahora son los virus, pero los hay que opinan que no son exactamente vida. Así que sólo tenemos ese modelo de organismo, condicionado a cómo es la tierra. Fijémonos que no sabemos siquiera si Marte, que está en frente nuestro, aloja algún tipo de residuo biológico, cosa que pudiera ser en vista de cómo se cree que era su atmósfera hace miles de años. Cuando decimos que un planeta es “potencialmente habitable” estamos cayendo en lo que Carl Sagan, una de las mentes más maravillosas del siglo XX, llamaba el principio antropocéntrico. Es decir, definimos como habitable aquel lugar en el que los humanos podamos habitar. Algo así como un sitio con agua, temperaturas estables cercanas al punto de congelación, en un planeta de dimensiones similares al nuestro, y por tanto con una gravedad parecida. Una Tierra 2. Por ello son los planetas rocosos y pequeños los más interesantes como candidatos a albergar vida y, por cierto, los más difíciles para ser detectados. Sin embargo la cosa es bastante más complicada, al menos por dos aspectos. Uno es que ese tipo de planetas no necesariamente pueden albergar vida como la conocemos, miren ustedes Venus o el propio Marte, por lo que debemos ser más generosos en lo que denominamos “vida” (y eso es una compleja y apasionante discusión): Otro es que, incluso en nuestra tierra, estamos descubriendo vida en lugares impensables. Seres extraños que habitan a miles de metros de profundidad bajo el mar, soportando presiones inimaginables o junto a volcanes submarinos, usando minerales y sustancias inertes como su principal fuente de sustento, violando casi todo lo que conocemos sobre las maneras en las que los organismos se alimentan, por lo que lugares en principio descartables pueden acabar siendo candidatos. Así, la exobiología, la búsqueda de de vida biológica en el espacio exterior, se convierte en una ciencia cada vez más compleja y apasionante.

Este nuevo planeta, su descubrimiento, es una magnífica noticia. Pese a estar “al lado” es imposible, con nuestra tecnología actual, enviar allí ningún tipo de sonda ni descubrir que narices ocurre en su superficie, o bajo ella, pero sería maravilloso poder hacerlo. Este pasado fin de semana pusieron otra vez en televisión la película Contact, basada en una novela de Carl Salgan, que no me canso de ver, y que habla de todos estos temas con hondura y mucha gracia. Curiosamente en la película, la fuente de la señal extraterrestre que origina todo el jaleo está cerca de Vega, también a unos veinte años luz…

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