Algunos amigos envidian mi estado de soltería perpetua, la libertad que ello implica y lo de poder hacer siempre lo que te venga en gana. Yo les confieso que mi fracaso con las mujeres y mi incapacidad para relacionarme con ellas es una de las mayores lacras de mi vida, tal y como lo veo, pero ahí siguen, inasequibles, envidiándome. Como tengo experiencia personal no puedo comparar con conocimiento la diferencia entre convivir en pareja o en solitario, pero todo tiene sus ventajas e inconvenientes, no lo duden.
Una experiencia, muy tonta, de esas que generan la envidia de los casados a los solteros fue la que viví el pasado viernes noche. Mucho calor en Madrid, y estaba yo deambulando por algunas calles sin rumbo fijo cuando pasé por una de las heladerías que sí ofrecen cucuruchos buenos, no tanto como los italianos, pero sí comparables. Entré a por uno y delante de mí estaba una pareja de veintitantos años de esas que sólo se ven en Madrid o en las revistas, ambos altos, modernos, el con la barba recortada y con las greñas que (no lo entiendo) suelen ser atractivas y ella una rubia muy guapa, con un vestido ceñido, de las que llaman la atención. Todo perfecto. Quizás demasiado. La cosa es que ella ya había cogido una tarrina de sabores y él estaba mirando sin decidirse. Quería mezclar un tipo de chocolate con trocitos con otro sabor, y al final le dijo al dependiente que lo quería con vainilla. Naca más oír esto, la rubia, que estaba allí al lado ensimismada en sus pensamientos, se giró y le dijo “¿con vainilla”? NO, eso no pega”: El chico cambió el semblante y se quedó sin saber que decir, con una cara de “porqué no….” Pero ella seguía mirándole firmemente a los ojos y le volvió a repetir “coge otro sabor, pero no mezcles eso con vainilla”. El dependiente se quedó un tanto asombrado y yo fui el que entonces salí de mis pensamientos para contemplar la escena. Supongo que el subconsciente del chico estaba en aquellos momentos retorciendo el pescuezo a la chica, pero finalmente recordó el dicho histórico de París bien vale una misa, que traducido viene a ser como “por esta hasta me trago el barquillo con punta y todo” así que tras unos minutos de indecisión optó por un segundo sabor de frutas, no se si plátano o piña, y como ella no dijo nada supusimos todos que el silencio administrativo era positivo. La pareja dejó el expositor de helados y se acercó a la caja a pagar, que estaba anexa a los barquillos, y de mientras él pagaba y ella esperaba sentada en una mesa junto a un ventanal que estaba muy cerca de todo el expositor, el dependiente me miró y me dijo que sabores quería. No lo dudé ni un instante y dije “pues a mi sí me vas a poner un barquillo de chocolate con tropiezos y vainilla, que está muy bueno”.
Nada más oír eso el chico, que ya había terminado de pagar, se giró y, mirándome con una triste cara de cordero degollado dijo algo así como “lo que yo quería….” No pude más que saludarle con una sonrisa de esas de compasión y ánimo (no se muy bien como se ponen, pero suelen significar eso, creo) y de mientras el volvía a la cristalera a disfrutar de su helado (poco) y de su sabrosa compañía (espero que mucho) yo salí a la calle con mi helado y sin nadie más. El se quedó y yo me fui, pero no se yo quién estaba más acompañado esa noche de los dos, o menos……
2 comentarios:
Esta es una de las mejores entradas de tu blog. Aunque necesite de una puntualización:
No envidies ninguna otra situación marital. Cada uno tiene la suya. Ni la soltería es mejor que la pareja ni viceversa.
Además, no creo que sufras ninguna lacra. Algunos te apreciamos (mucho) como eres. Quién no sepa ver eso, sea hembra, macho o suagilimuyraro no merece hablarte.
Por lo demás, ¡¡¡biba la vainilla!!!
jajaja, gracias!!! creo que lo único malo de la vainilla fue al versión "sky" que hizo tom cruise, el resto es deliciosa.....
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