Este esta siendo un verano caluroso, quizá en España no tanto como el pasado, que fue muy duro, pero es evidente que en el centro y este de Europa se ha desmadrado. Ya hace semanas veíamos imágenes de personas en Moscú, Kiev y otras ciudades del entrono refrescarse como podían ante unas temperaturas de más de treinta grados a las que no están nada acostumbrados. Era de suponer que si el calor y la sequía seguían acabaría habiendo incendios. Lamentablemente esa perversa ecuación se ha vuelto a cumplir, solo que a lo bestia.
No se cuantas hectáreas se han quemado en Rusia, porque si se fijan cada medio dice un número, pero en todo caso serán muchas, demasiadas. Parece que la cifra de víctimas de los incendios supera la cincuentena, pero sólo hace referencia a los que han muerto por las tareas de extinción o residentes de viviendas atrapadas y destruidas por el fuego. Desde hace algunos días nubes espesas de humo cubren Moscú y la convierten en un lugar oscuro, sucio e irrespirable. ¿A cuánta gente ha matado eso? Moscú es una ciudad gigantesca de unos diez millones de habitantes, la segunda mayor de Europa tras Londres, y se encuentra en estado de alerta desde que el humo llegó y decidió quedarse. Ayer se supo que la tasa natural de mortalidad de la ciudad se ha duplicado desde que comenzó el episodio del humo, pasando de los 360 fallecidos de un día normal a los 700. Así, podemos decir que algo más de trescientas personas son víctimas cada día de los efectos de los incendios, algo equivalente a un accidente aéreo de gran magnitud todas las mañanas, todos los días, que de producirse sin duda desataría el pánico. Pero aquí parece que los únicos asustados, y con razón, son los sufridos habitantes de Moscú. Sus autoridades, empezando por el alcalde, que volvió ayer (sí, ayer) de sus vacaciones y el resto de jerifaltes rusos han mostrado nuevamente no sólo su incompetencia, sino su más absoluta desidia ante los problemas de la población, quizá porque, en el fondo, su población no les importe nada. Aún recuerdo cuando tuvo lugar el accidente del submarino Kursk, hace algunos veranos, y todos pudimos ver como una madre de uno de los soldados que osaba protestar a las autoridades era sujetada por el servicio de seguridad, sedada en directo ante las cámaras, y llevada a no se sabe donde, seguro que a un mal lugar. Quizá Putin, Mevdeved, Luzkov y compañía pretendan hacer eso sobre el conjunto del país, pero es evidente que, una vez más, al situación les sobrepasa. Rusia debe comprender que vive en un mundo global, y que las dimensiones de su país y su posición hace que sus problemas puedan ser los de otros países. El recorte en su producción anual de trigo y el anuncio del bloqueo de las exportaciones ya está provocando alzas de precios en los mercados de cereales y eso redundará en mayor pobreza en todas partes. El ecosistema perdido no sólo era ruso, sino un patrimonio global, y las toneladas de CO2 emitidas a la atmósfera, incalculables, se sumarán al proceso de degradación del aire que respiran no sólo los moscovitas, sino el resto del mundo. Desde hace tiempo da la sensación de que Rusia se hunde en un marasmo y, como un coche viejo y estropeado, cada nueva avería demuestra que el sistema ya no funciona, que el estado es incapaz de desarrollar una política normal y que las infraestructuras del país ya no dan más de sí. Muchas cosas huelen a chamusquina allí, no sólo los bosques.
Para complicar aún mas las cosas, resulta que el fuego amenaza ahora a una central de reprocesamiento nuclear, con la consiguiente alerta a nivel europeo. El tradicional oscurantismo ruso vuelve a hacer de las suyas, y quién sabe que otras cosas habrá destruido el fuego. Si se admite por ahí que se han quemado almacenes militares con material “obsoleto” a saber que había en ellos, y que tipo de sorpresas ocultaban. De momento los pronósticos siguen marcando sol y calor en la zona, el temporal no remite y el peligro tampoco. Pobres rusos, que deben soportar su invierno, ahora su verano y siempre su mal gobierno…
No hay comentarios:
Publicar un comentario