Poco a poco las Blackberry van volviendo a la vida, y es que durante tres días largos, y sin que se sepa qué falló, los terminales así llamados, fabricados por la compañía canadiense RIM, no han podido acceder a Internet ni, por tanto, a los sistemas de transmisión de datos. Los que fueron los primeros teléfonos inteligentes, al permitir hablar y navegar con propiedad, se han convertido por unos pocos días nuevamente en “sólo” unos teléfonos. Los que los usan para trabajar y chatear entre sí se han visto desconectados del mundo, dominados por el ansia del aislamiento y con la sensación de ser unos autistas. Curioso, pero así ha sido.
Esto de las blackberrys da para muchas reflexiones, tanto las relacionadas con el daño a la imagen de la empresa y su mercado que esto le ha podido producir como al hecho de que lo que siempre funciona deja de hacerlo y nos sentimos como tontos, pero me quiero fijar en otro asunto, y es que gracias a que los terminales han estado inoperantes es muy probable que sus usuarios se hayan vuelto a encontrar con la ya extraña experiencia para ellos de hablar con otra persona y tener que fijarse en la persona, al ser su móvil algo inutilizado. Me explico, y es que esto no afecta sólo a los que tienen Blackberrys, no. Desde que los teléfonos móviles se han convertido en ordenadores móviles las posibilidades que nos ofrecen se han disparado y se usan para todo, siendo lo de llamar lo de menos. Y curiosamente cada vez es más común encontrarse con alguien que, mientras habla contigo, en lo que realmente está pensando es en la nueva aplicación que se ha bajado para el androide que le permite contar el número de ventanas de una fachada, o cosas por el estilo. No hablo ya de la clásica conversación constantemente interrumpida por llamadas, cosa que, lamentablemente, sigue produciéndose. No, esto es el más allá. No es necesario que a uno le llamen para no estar atento a lo que se le dice o no hacer mucho caso al interlocutor. Hace unas semanas viví una curiosa experiencia con unos amigos. Fuimos a cenar a casa de una pareja conocida, y los que allí estábamos teníamos móviles normales, dos de nosotros, y smartphones, Iphone y Samsung concretamente (curiosamente no conozco a ningún usuario de Blackberry) La cena fue normal, afable y distendida, y luego nos encaminamos al salón a ver una película. La cosa es que uno de mis amigos sacó su “smart” y empezó a hablar de alguna de las últimas aplicaciones que se había bajado, y allí se organizó el mercadillo del software, porque poco a poco los dueños de terminales empezaron a ver si el suyo podía hacer eso, si tenía algo similar, en qué versión y si hacía juego con el fondo de escritorio. Poco a poco se obnubilaron con las propiedades de los aparatitos y allí nadie hacía caso a la película puesta, nada del otro mundo, por cierto. Como la cosa estaba animada yo empecé a meterme un poco con ellos, y me daba cuenta de que era a los móviles a los que realmente estaban haciendo caso. Eran esas pantallas a las que acariciaban con dulzura su auténtico objeto de interés, y no podía estar más asombrado. Y la cosa no duró cinco minutos, no, sino mucho mucho tiempo, tanto que al final yo me sentía allí algo ajeno, (bueno, yo sólo no, la verdad) y empezaba a desear que las baterías de aquellos trastos empezasen a desfallecer, mas que nada para estar un rato con los poseedores de los artilugios. Pero no. Se ve que los últimos modelos tienen baterías que pueden aguantar media noche a pleno rendimiento. La cosa es que cuando nos fuimos de la casa de nuestros anfitriones yo estaba alucinado, pensando para mi qué tipo de espectáculo había presenciado, y qué sucedería si en una de estas todos esos trastos se quedasen fuera de onda, inutilizados.
Pues algo de esto es lo que ha pasado con las Blackberrys esta semana. Sus usuarios han retrocedido unos años en el tiempo y se habrán sentido desesperados. Las hordas de adolescentes, que se han convertido en las principales demandantes de este dispositivo gracias a su chat gratuito y privado, se han quedado desenchufadas y a lo mejor han tenido que hablarse entre ellas a viva voz y mirándose a los ojos…. y quién sabe, a lo mejor hasta les ha gustado!!! Y es que nunca olvidaré la escena de cuatro preciosas chicas sentadas en el metro mandándose mensajes de Blackberry entre ellas sin ni siquiera mirarse... Si así fuera algo bueno habría tenido el colapso de las moras negras :-)
2 comentarios:
Es que la peli que elegimos para ver.... menudo toston.jeje.
Pero tienes toda la razón del mundo. En esta sociedad en la que promulgamos la libertad, al final nos esclavizamos con estos chismes que cuando nos faltan no sabemos ni que hacer
Y lo peor es que invaden nuestra vida y hemos perdido esos momentos de tranquilidad conversando delante de un colacao o un cafe. En verano me pasó una anecdota parecida. En fin.
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