lunes, octubre 24, 2011

GadaFIN

Podría hablar hoy de la cumbre europea de este finde, pero no hay conclusiones hasta el Miércoles, o del chaparrón que ahora cae sobre Madrid y de la sensación que tengo de estar en medio de un barco en la tormenta, porque es noche oscura, no veo el suelo y el viento azota mi edificio con saña, pero ya puestos, de saña, hablemos del final de Gadafí, la noticia internacional que ha ocultado para el resto del mundo el abandono de las armas por parte de ETA. El día 20 de octubre 2011 ya tiene doble aniversario.

¿Sería usted capaz de matar a alguien a quien odie mucho? Siéntese, piénselo fríamente y responda en su interior. Muy probablemente al final la respuesta sea no. Todos hemos fantaseado con cargarnos a un capullo dictador, dado el entorno en el que vivimos a un islamista o un etarra, o ya más cerca a ese querido jefe al que tanto “amamos”. Sin embargo es muy probable que no se de esa circunstancia que nos permita ejecutarlo y, de producirse, no lo haríamos en un elevadísimo porcentaje de probabilidad. Pues eso no es lo que ha pasado con Gadafi. Capturado el mediodía del Jueves 20 por tropas enemigas en las afueras de Sirte, su ciudad natal, en la que ofreció fuerte resistencia,
fue rodeado por una turba enfurecida que le pegó, golpeó, insultó, vejó y, finalmente, le ejecutó. Hay muchas imágenes del durante y del después, en las que se ve a un sujeto muy reconocible como Gadafi que, ensangrentado por lo que se ha dicho que fue un ataque a su convoy por parte de las tropas de la OTAN, se encuentra desorientado y es cogido por la multitud y llevado a la fuerza. Es difícil seguir los vídeos, porque la imagen se mueve tanto como las manos de los móviles que la gravan, pero se siente el pánico que se ha apoderado del Gadafi, que está rodeado y se ve ante sus captores como el trofeo de caza soñado. Se suceden las escenas violentas y es fácil imaginar que asistimos a un linchamiento en directo, al cobro de la venganza, a una escena de esas que se recrean en las películas del oeste, donde la multitud acorrala al bandido, lo dirige al árbol más cercano y lo ahorca, sin que la ley, presente o no, pueda hacer algo. Lo único que ha cambiado desde entonces es la técnica de asesinato, a balazos en este caso, frente a la soga de antaño. Los allí reunidos no dan crédito a su suerte, han capturado al tirano al que tanto odiaban, el que durante cuarenta años les ha sometido y torturado hasta límites difíciles de imaginar. Y no se dan cuenta de que lo más cruel que pueden hacerle es juzgarle y apresarle. No, esa escena revela como funciona el alma humana descarnada, cuando los frenos morales y sociales que nos han inculcado desde pequeños, y que han domesticado nuestro instinto animal, se desatan y nos dejan solos frente al deseo de, en este caso, venganza. Humillado hasta el final Gadafi recibe varios disparos en el cuerpo y es rematado como un perro con un disparo en la sien desde poca altura. El festejo continúa y loa gritos de alegría se extienden por toda la zona y, después, todo el país. Ha caído el dictador, ha muerto la rata. Poco después es capturado otro de sus hijos, Mutasem, que sufre igual destino, y acaba como su padre linchado y ejecutado por la masa. Ambos padre e hijo siguen expuestos en una cámara frigorífica de verduras de Misrata para que la gente los vea, admire el trabajo hecho y se regocije ante su muerte, en lo que no deja de ser un espectáculo lamentable.

Gadafi no debía haber acabado así, no. Tenía que haber sido capturado, juzgado en la Haya por los crímenes que ha cometido y, en mi opinión, haber sido condenado a una cadena perpetua hasta el final de sus días, y que cada uno de ellos fuera un encierro de el mismo con el mucho mal que ha causado. Su linchamiento, que triste, humaniza la figura siniestra del dictador, logra ensalzarlo y, como sucedió hace dos décadas con Ceaucescu, en un caso similar, hace que con el tiempo nos acordemos más de lo triste de su final que de la infamia de su régimen. Al final, qué triste, los asesinos de Gadafi se han comportado como lo hubiera hecho él mismo.

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