Ayer se conoció el dato de paro registrado de septiembre, y fue desolador. Aumentó en 95.817 personas. 95.817 tragedias en un país que ya ha perdido toda la sensibilidad posible ante ese drama, que asiste a un incesante goteo de despidos como el enfermo que se desangra pero que ya no siente dolor. Quizás fuera ayer el día ideal para asistir a una conferencia dictada por un historiador económico que ha sido el gran biógrafo del tan citado y desconocido Keynes, el que puso las bases para que la Gran Depresión de los años 30 no fuese el fin del mundo, y que cambió la concepción de la economía y la política para siempre.
Robert Skidelsky, que así se llama el conferenciante, es un señor mayor, catedrático emérito, pero que conserva un firme tono de voz y una capacidad didáctica encomiable. Su charla, en la que sólo se expusieron dos pantallas de powerpoint, fue un intento de comparar la visión hayekiana de la economía frente a la keynesiana, ver donde nos encontramos y qué es lo que nos puede deparar el futuro. Simplificando demasiado, la visión de los discípulos de Hayek se basa en la autorregulación de la economía, en que la inversión, el capital y el resto de recursos de una economía se mueven hacia donde más beneficio puede obtener y eso acaba generando que las oportunidades se sacien y se camine hacia una situación estable de pleno empleo y bajos ratios de ganancia, lo que se llama la competencia perfecta. Lo que demostró Keynes es, entre otras muchas cosas, que este modelo de asignación de recursos en la práctica debe luchar contra enormes problemas, irresolubles, que provocan fallos en la asignación. Más allá de los bienes públicos, donde esto falla, Keynes acuñó el concepto de incertidumbre en economía, que es una forma de definir sucesos a los que ni siquiera podemos asignarles una probabilidad, como sí lo hacemos a los juegos de azar, porque nos encontramos con ellos cuando se producen, sin haberlos podido preveer, o lo que el llamaba “animal spirits” tendencias irracionales en el comportamiento humano que provocan la ceguera ante el beneficio desorbitado y acaban creando las famosas burbujas. Skidelsky argumentó que todo esto es lo que ha sucedido en la generación de esta crisis, que entre otras cosas ah demostrado el fallo de los modelos de expectativas racionales. La desregulación global de los flujos financieros, la incapacidad de la arquitectura institucional de hoy en día, surgida a mediados del siglo pasado, para hacer frente a estos retos, el miedo ante el futuro, que Keynes descubrió en su versión monetario y bautizó como trampa de la liquidez, que impide el funcionamiento de la política monetaria, y la descoordinación entre los agentes políticos y financieros, unos debilitados y otros poderosos, son los que en opinión del profesor nos han llevado hasta donde estamos. El panorama que describía era el de un mundo, una sistema financiero internacional, un área euro…. todo desorganizado, y con tendencias contradictorias. Defendió una suavización del proceso de ajuste del déficit en Europa, especialmente en algunos países, aunque como inglés, proveniente de un país que sigue poseyendo autonomía financiera, reconoció que países como España poco pueden hacer que no sea seguir las normas que les dicten desde fuera.
¿Qué alternativas ofreció? Dos. Una es la de la coordinación, y que en un marco de mayor regulación financiera, se produzca un ajuste del papel que los países llevan representando estos años. China y Alemania debieran consumir más y ajustar al alza sus monedas, EEUU debiera invertir más y consumir menos, debilitando su moneda, y en conjunto las deudas globales debieran irse compensando poco a poco, todo en el marco de gran acuerdo entre las naciones que, de paso, reestructure elementos como el FMI y el Banco Mundial para adaptarlos a los tiempos. La alternativa es la descoordinación, la ruptura del sistema global en el que vivimos y la selva del todos contra todos, ya experimentada a principios del siglo XX. El autor desea el primer escenario, pero espera y teme el segundo. Y yo. Espero que nos equivoquemos.
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